Después de siete años, la madre de Santiago se reencontró que con el asesino de su hijo.
“Yo lo vi cuando íbamos en el taxi. Tenía su cabecita puesta sobre las piernas del hermano y yo iba de espalda mirándolo a los ojos, creo que ambos sabíamos que no había vuelta atrás. A mi hijo lo apuñalaron por todo lado. No necesita uno ser médico para saber que la herida era mortal. Yo solo miré al cielo y le di las gracias a Dios por prestármelo 17 años, siete meses y siete días”. Así lleva la cuenta Martha Cárdenas de cada día que ha pasado desde que una pandilla en Bosa le arrebató los sueños y la vida a Santiago, su hijo.
Fueron 14 puñaladas: en el cuello, el pecho y las manos. Sin escozor, Martha cuenta detalladamente cómo fueron los últimos minutos de vida de su hijo, también habla con firmeza de lo que siente por los asesinos y, aunque con rabia, pero con una mirada noble y serena, habla de como Andrés, uno de los cuatro jóvenes que mataron a Santiago, ha podido salir adelante, pagar sus culpas y volver a vivir. Algo que ella sabe que jamás podrá hacer su hijo.
Aunque han pasado los años, en la mirada de Martha aún se cuela la ausencia. Se encontraron una mañana en la casa de la justicia, en el centro de Bogotá, Martha y Andrés; víctima y victimario. El ambiente era tenso. A un costado de la casa un joven de escasos 18 años condenado por homicidio y, subiendo las escaleras, la mamá del niño al que asesinó. El encuentro era inminente, pero el perdón ya había hecho de las suyas dos años atrás y ahí ya había una deuda saldada entre los dos.
“Yo tenía 14 años y andaba en malos pasos. Andaba con gente grande. Esa noche un muchacho le pegó a mi hermano en la cara, entonces nos fuimos todos a perseguirlo, en eso, nos encontramos con Santiago y uno de mi grupo lo reconoció. Aunque el problema no era con él nos le fuimos detrás, uno le hizo zancadilla y el resto le dimos puñaladas”. Esta es la versión de Andrés, una que Martha no pudo ver, no pudo prevenir. ¿Qué pensó usted en ese momento? Lo interpeló ella, -nada, absolutamente nada. Ese no era yo- le contestó Andrés.
Martha dice que aunque ya perdonó y que Dios no solo se llevó a su hijo sino su tristeza, aún lo llora. Dice, con mucho dolor y lágrimas, que tuvo que salir de su barrio porque no podía pasar por el parque donde Santiago murió. “Para mí es muy difícil salir y saber que ahí vi tirado a mi niño, saber que tengo que pasar el parque y ver donde me lo mataron y el hueco donde cayó. Es imposible. Sin embargo, la estrategia de Martha fue trasladarse a vivir al lugar donde nació Santiago, “ahí están todos los momentos bonitos, sus primeros pasos, sus primeras risas, está todo donde puedo recordar a mi hijo vivo”.
Como lo dijo ella, la historia de Santiago y Andrés quizá nunca debió cruzarse, o quizá sí, porque para Martha la muerte de su hijo tuvo un propósito y fue salvar a Andrés de las garras de la delincuencia. “En el funeral un pastor me dijo – de 15 jóvenes en la calle, si se salva uno entonces la muerte de Santiago no fue en vano- y yo estoy segura que ese uno fue Andrés”.
Un encuentro
Así ha sido el camino de perdón que han recorrido Martha y Andrés. De contarse verdades, de mirarse a los ojos, de llorar, señalarse, culparse, pero también abrazarse, aunque eso le cueste la relación familiar a Martha. “Mi esposo y mis hijos varones no pueden perdonar, no creen en esto y dicen que él solo se arrepiente porque está condenado no porque lo sienta de verdad. Pero yo lo miro y veo a mi hijo en él. Él llora y me pide perdón y yo solo le digo que siga adelante y que juntos vamos a superar esto”.
Pese a que el drama de Martha es grande, Andrés también tiene una historia que contar. “Desde los 11 años, no sé, quizá un poquito menos empecé a andar en la calle. A los 10 o 12 años tuve un proceso judicial de menor de edad que fue por consumo, estuve confinado un tiempo en un centro de rehabilitación. Consumía marihuana, bóxer y otras drogas”. Sin embargo, la salida de Andrés de este lugar no fue el final, por el contrario, fue el inició de un proceso de decadencia.
Sin mirar a los ojos, Andrés reconoce que cuando salió de ese lugar se perdió más. “Ahí salí y fue cuando ya pasaron los años y me perdí más y más. Después de eso cometí el delito, el homicidio. Mi vida cambió para siempre”, la sala quedó en silencio, ni Martha, ni los trabajadores del lugar sabían qué decir. Todos con la cabeza debajo de una u otra manera reconocieron que como sociedad le habían fallado a ese joven, que arrinconado por la delincuencia mató a otro inocente.
Frente a frente, Andrés y Martha no se miran, se sonríen pero la mirada nunca se mantiene. En la parte de atrás, los espectadores que están en el salón de clases atentos a una respuesta de la mujer o una palabra del joven hacen rotundo silencio. En el eco del salón se escucha, “lo perdonaría, sin pensarlo dos veces. Santi lo hubiera perdonado. Él siempre quería dar lo mejor de sí, colaborar, enseñar con amor y yo sé que él está aquí hablándole a usted”, susurró Martha.
Es íntimo el momento y nadie quiere hablar, no hay palabras para romper el hielo que se estaba formando entre todos los estaban en esa sala. Pero en otro acto de valentía Andrés miró a Martha y le dijo, por enésima vez, “perdón”, alzó la mirada y repuntó diciendo, “Esto es totalmente duro porque estamos hablando de una vida que yo me llevé y ella es la mamá. Yo pienso mucho en mi mamá y creo que mi mamá me quiere a mí como ella quería a su hijo”.
Pero Martha tiene una última petición. –Para perdonar y sentirme reparada necesito que me entreguen al Puma, él fue el que le hizo zancadilla a mi hijo y ahora está libre. Se burló de mí y de mi familia y anda como si nada-.
El Puma
La noche que murió Santiago un solo hombre fue el que orquestó el homicidio. Eran cuatro, sí, pero un adulto manipuló las emociones de otros tres jóvenes para que, por él, cometieran el delito. De ellos, es el único que está libre y, a pesar de no haber clavado el puñal, es el que más dolor le causa a la familia de Santiago.
Ahora sí, con dolor y rabia en la mirada, con la voz alterada y con una mirada penetrante, Martha dice, sin mirar a Andrés: “Él es uno de los cuatro tipos que mataron a mi niño. Ese hombre fue el que le hizo zancadilla”.
A Martha se le acelera la respiración y se pellizca los dedos de sus manos con los dientes. “Santiago estaba hablando en una reja con el hermano, estaban juntos cuando los cuatro tipos se le vinieron encima. Cuando Camilo salió a defender al hermano el Puma lo tiró al suelo, fue terrible. Lo que yo digo es ¿Dios, por qué así tan fuerte, por qué mi hijo murió así?.
Sin embargo, la pregunta reflexiva lejos de apaciguar su ira, la impulsa a decir de forma contundente “lo que yo quiero es que agarren al Puma que ya está condenado a 45 años pero nadie sabe dónde está porque se voló”.
Pero este hombre no solo supo combinar todos los ingredientes clave del cóctel que hizo que los jóvenes mataran a Santiago aquella noche, sino que después de su muerte, siguió clavando puñales en el corazón de Martha y su familia. “Sí, rabia tengo de ver al Puma libre y que esté haciendo una vida como si nada hubiera pasado. Rabia sentimos nosotros los cinco de la familia de recordar la mirada del Puma y de su familia burlándose de nosotros en las audiencias mientras suplicamos justicia para nuestro hijo”.
Aunque todavía hay deudas pendientes entre Martha y Andrés, como por ejemplo entregar al Puma, el joven asegura que no sabe nada, que no tiene información del paradero del hombre a pesar de que los une una relación casi familiar.
Pese a que la intención de perdonar es grande, las heridas aún son palpables en ambos. Ella, entregó a su hijo para que Andrés pudiera renacer, y él, entregó su libertad a cambio de una vida diferente.
Los sueños
Casi a un año de que Andrés termine su condena, la historia ha cambiado por completo. Estudia y trabaja gracias al programa de Justicia Juvenil Restaurativa que tiene como objetivo “arrebatarle a los jóvenes a la delincuencia” como lo dice Iván Torres, director del programa que ha resocializado 1.500 jóvenes desde 2016.
Andrés ahora sueña con ser abogado, “quiero estudiar derecho, quiero ayudar a los jóvenes que estuvieron como yo. Si me preguntan cuál es mi sueño, ese sería, porque ahora es mi propósito, mi proyecto de vida”.
Con una sonrisa en la cara, el joven, dice que no cambiaría nada de su historia , que todo fue justo como debía ser para que el encontrara un motivo en la vida.
Del otro lado, Martha lo mira con ilusión y le dice que nunca pare, que siga adelante y que sean sus actos los que le permitan conocer al mundo que él es más grande que el error que cometió. Le dice que lo perdona y que ahí estará para él siempre.
Martha lo abraza y le dice, “como decía mi Santi, no se muere quien se va, se muere quien es olvidado, y aquí ninguno va a olvidar jamás”. GDA/El Tiempo