A 40 años del más terrible accidente aéreo en la historia de los Estados Unidos

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El McDonnell Douglas DC-10, una aeronave comercial en ese entonces de última generación pero que estaba bajo la lupa por una serie de accidentes, debía partir el 25 de mayo de 1979 del Aeropuerto Internacional O’Hare en Chicago, Estados Unidos.

El vuelo 191 tenía como destino final la ciudad de Los Ángeles y a las 3:02 pm carreteó con 271 personas a bordo: 258 pasajeros y 13 tripulantes.

Pero poco después de alcanzar la velocidad de despegue el motor izquierdo, una inmensa turbina General Electric CF6, se desprendió de su soporte y tras rebotar con el suelo quedó tendido en la pista.

El DC-10, sin embargo, siguió su camino impulsado por los restantes dos motores y logró despegar. Pero ya iba a ser imposible evitar la tragedia.

La turbina desgarrada había dañado gran parte del borde de ataque del ala izquierda, forzando la retracción de los slats, extensiones que se utilizan para ciertas maniobras. También dejó sin efecto los sistemas de comunicación y eléctricos.

En tierra se había observado la destrucción de la turbina y ahora podían ver a la aeronave dejando un estela de combustible y líquido hidráulico mientras volaba a baja altura. Los controladores aéreos intentaron contactar a los pilotos y coordinar un aterrizaje de emergencia.

Pero nadie les respondía. Investigaciones posteriores muestran que la tripulación intentó ganar altitud, como señala el procedimiento en caso de una falla de motor. Los sistemas hidráulicos del ala, sin embargo, no respondían.

Y entonces el DC-10 comenzó inclinarse sobre su ala dañada y a perder altitud, hasta estrellarse sobre un hangar dentro del predio del aeropuerto O’Hare. Murieron las 271 personas a bordo y otras dos en tierra, en lo que se convirtió en el peor accidente aéreo en la historia de Estados Unidos, ocurrido hace exactamente 40 años.

Todo el corto vuelo duró apenas 50 segundos y la única palabra retenida por la caja negra, que dejó una grabación tapada por ruidos de todo tipo, recorrió el mundo como un símbolo de la desesperación: «Damn!», expresión que puede traducirse aproximadamente como «Maldita sea».

La foto del DC-10 girado sobre su lado izquierdo, tomada en tierra, también quedó asociada para siempre con este trágico hecho.

El avión había sido construido en 1972, siete años antes del accidente, y si bien era considerado aún moderno y competitivo, estaba bajo la lupa por otros dos accidentes anteriores relacionados con un error en el diseño de sus puertas: el de American Airlines en 1972 en Ontario, que se saldó con apenas 11 heridos, y el de 1973 de Turkish Airlines en Francia, cuando murieron 346 personas.

En las investigaciones posteriores a la tragedia de 1979, se reveló que la turbina se había desprendido del ala porque el soporte había sido dañado durante las tareas de mantenimiento. Esto a su vez apuntó tanto a la fragilidad del diseño del DC-10 como a las prácticas erróneas en el operario.

En las semanas posteriores numerosas aerolíneas inspeccionaron sus DC-10 y hallaron fracturas de material y tornillos quebradas, pequeños daños causados durante las tareas de mantenimiento que pasaron desapercibidos.

La Junta Nacional de Seguridad en Transporte (NTSB) halló también que estos daños se produjeron por desprender la turbina y el soporte juntos cuando estos debían ser retirados del ala para mantenimiento, en vez de quitar uno y luego el otro.

El hecho generó un profundo cambio en la manera en la que se monitorea los trabajos de mantenimiento, que finalmente llevaron a una fuerte mejora en la seguridad aeronáutica.

«Tuvo un impacto significativo en la manera en que el mantenimiento es controlado. Fue un duro recordatorio de que eses cosas son importantes», explicó Michael Goldfarb, ex miembro de la Administración Federal de Aviación (FAA), al Chicago Tribune, en relación a un cambio orientado al mejor entrenamiento de los mecánicos y a la implementación de un sistema que busca alertar sobre los problemas antes de que estos lleven a un accidente.

Muchos están viendo un paralelismo con los dos recientes accidentes protagonizados por aeronaves Boeing 737 MAX, que son atribuidos a una falla en un moderno sistema automatizado que los pilotos no pudieron abortar.

Al igual que el DC-10 en su momento, a los 737 MAX se las ha prohibido volar mientras continúen las investigaciones de la FAA. Se espera que pronto vuelvan a operar, y que en el proceso cambien para bien, un vez más, las prácticas actuales de seguridad.