Cuatro venezolanos forman parte de la lista de 2.996 personas que perecieron a consecuencia de los atentados que perpetraron terroristas de Al Qaeda al estrellar cuatro aviones de pasajeros en las dos torres del World Trade Center en Nueva York, el edificio del Pentágono y un campo baldío en Pensilvania, la mañana del 11 de septiembre de 2001.
Según los reportes de medios estadounidenses, ese día perdieron la vida John Howard Boulton, Jenny Low Wong, Eduardo Hernández y Anabel de Hernández, todos en la llamada «zona cero» del ataque, en la ciudad de Nueva York.
De Eduardo Hernández (41) y Anabel de Hernández (40) se sabe apenas que trabajaban en el Chase Manhattan Bank cerca del World Trade Center y no han trascendido las circunstancias de su deceso. Como muchos otros, probablemente se dirigían a la oficina cuando comenzaron a caer los mortales escombros.
Según lo que escribió el 29 de diciembre de 2002 en el libro de visitas en homenaje a las víctimas Peggi Morlano, un hombre que aseguró proceder de Tinley Park, Illinois, en septiembre de 2002, en un acto celebrado después de los ataques, recibió una bandera con el nombre de Anabel. «La bandera siempre está levantada y su nombre nunca será olvidado», consta en su testimonio.
Keith Killgore, que se identificó como amigo de Anabel, la nombró «mi preciosa Annie» y deseó que Dios consolara «a su preciosa familia» por la pérdida. «¡PARA SIEMPRE! CON AMOR, Keith», concluye su mensaje.
Sobre Eduardo Hernández no hay ninguna otra referencia.
Jenny Low Wong había nacido en Caracas en 1976. Hija de cantoneses propietarios de un restaurante de comida china en la capital venezolana, residía en en Nueva York desde que tenía 12 años. Cursó estudios secundarios en Brooklyn y luego una licenciatura en Administración y Negocios en la Universidad de Nueva York, de la que egresó en 1998.
Jenny se desempeñaba como asistente en la vicepresidencia de la aseguradora internacional Marsh & McLennan, cuya sede estaba en la Torre Norte del World Trade Center. Ese fatídico día estaba en su oficina del piso 100, cuando uno de los aviones chocó contra los pisos 93 y 96. No pudo escapar.
Minutos después, a las 9:03 de la mañana, el vuelo 173 de United Airlines con destino a Los Ángeles, se estrellaba entre los pisos 77 y 83 de la Torre Sur. A diferencia de su compatriota Jenny, John Howard Boulton sí supo que no saldría vivo del edificio.
Boulton, perteneciente a una de las familias de la burguesía tradicional venezolana, tenía 29 años y era un residente de larga data en los Estados Unidos. Tras obtener una especialización en la Universidad de Pensilvania, en 1994 consiguió un puesto en la financiera Eurobrokens Internacional. Su oficina estaba en el piso 84 de la Torre Sur.
Su historia trascendió con muchos más detalles porque percibiendo que la muerte se le avecinaba, se comunicó con sus personas cercanas. En primer lugar intentó contactar a su hermano Alfred, pero este se encontraba en una finca del interior de Venezuela, sin televisor y sin acceso telefónico. Se enteró de la desgracia muchas horas después.
No obstante, John Howard logró hablar con su esposa, una ciudadana islandesa con la que procreó un hijo que en ese momento tenía 11 meses, así como con un amigo que estaba en Caracas.
A ellos les contó que como todos los días, abordó el ascensor que lo conduciría a su oficina y una vez allí, se percató que algo sucedía en la torre vecina. En ese momento, por la confusión que reinaba en el sitio, creyó que una avioneta Cessna había chocado contra el edificio y que el incidente no era especialmente grave.
Sin embargo intentó dirigirse a la planta baja junto a sus compañeros de trabajo, pero al detenerse en el piso 79 para hacer un cambio de ascensor, el personal de seguridad les conminó a regresar a su oficina, pues estaban cayendo muchos escombros de la Torre Norte y era riesgoso permanecer en descampado.
Poco después de volver, el segundo avión se estrelló, esta vez, muy cerca de donde estaban ellos. Él y su socio trataron de huir por una de las escaleras de emergencia, pero fueron sorprendidos por las llamas. Cinco minutos antes de que la emblemática edificación se desplomara, hizo las llamadas. «Vamos a morir», fue lo último que dijo.