Tal día como hoy murió a los 42 años de edad el rey del rock, Elvis Presley

Desde que se separó de Priscilla Presley, en octubre de 1973, la vida Elvis fue barranca abajo. Cuando no andaba metido en giras extravagantes e interminables, compraba coches, joyas o vivía encerrado en su mansión hipotecada de Graceland, donde leía libros sobre artes marciales y espiritualidad sentado en su inodoro tamaño trono.

Todos los días iguales, siempre sumergido en su burbuja de guardaespaldas y alcahuetes que lo asistían para cualquier cosa. La llamada Mafia de Memphis no era otra cosa que una runfla de amigotes que se peleaban por estar cerca de El Rey del Rock and Roll. De su bolsillo.

Los ’70, a nivel musical, marcaban un cambio de época y sus discos se vendían cada vez menos. Sin embargo, esa voz de tenor/barítono estaba intacta, como se puede ver en el estremecedor video de Unchained Melody, un registro que se tomó un par de meses antes de su muerte, donde Elvis canta sentado al piano, con un micrófono sostenido por un maestro de ceremonias, rodeado de vasos de Coca Cola y mirando al interlocutor con una sonrisa preciosa, como diciendo “la estoy rompiendo”.

Por esos años, Elvis parecía inoportuno. No pasado de moda sino algo lejano, aristocrático. Mas allá del bien y del mal. Como Nietzsche. Como Susana Giménez.

En 1974, la RCA exigía por contrato un álbum y Elvis terminará grabando una serie de conversaciones encontradas sin ton ni son. Los Beatles, para ese entonces, ya llevaban cuatro años separados y el inefable Coronel Parker, su manager, lo llevaba a tocar seguido a Las Vegas, donde Elvis cantaba mientras el hombre que manejaba su carrera dilapidaba billetes en la ruleta.

Las cuentas de Elvis estaban al rojo vivo. Según las crónicas de esos días, sus apariciones públicas eran “penosas”. La referencia mala leche habitualmente estaba puesta en la imagen más que en la voz (intacta). No había nada más cruel que una reseña de sus shows. O se preguntaban dónde había quedado su cintura -ahora cósmica-, o se regodeaban en la trama barbitúrica.

Se lo veía inflamado, medicado, sus trajes calce perfecto dibujaban un salvavidas de gaseosa. Ya nadie parecía ocuparse de su obra sino que, tipíco del rol actitudinal de un movimiento que él mismo había financiado, sólo se buscaba reflejar la transpiración, las altas dosis de cortisona, su cara de calabaza.

Tristísimo el periodismo: toda su música pasaba por su gordura. Que no se movía, que buscaba respiro acodado en el piano de cola. Es cierto que los shows de Las Vegas eran como esos recitales falopa de James Brown, donde escuchabas más a sus coristas que al padre del soul… ¡Pero cómo elongaba Elvis! Iba de una pierna a la otra con disciplina de seminarista. Tiraba golpes de karate al aire. Las artes marciales eran una de sus últimas pasiones. Había cambiado el baile por un ejercicio físico que ocultaba la pelvis detrás una anatomía bestial.

A los 42 años, Presley tenía un paquete de enfermedades que arrancaban en el aparato digestivo y podían llegar a desembocar en unos 150 kilos. No eran extrañas sus internaciones periódicas. Se había transformado en un producto de consumo morboso. Le detectaban arritmias seguidas de problemas cardíacos e intestinales. Las noticias reportaban sus “crisis hipertensivas” y los médicos, cada vez más consultados cuando se trataba de Presley, informaban que hasta el glaucoma tenía directa relación con su mochila de problemas de salud.

Todo esto sin entrar en detalles acerca de la ingesta de pastillas para levantarse, para dormir, para comer, para dejar de comer, para despertarse, etc. Sus internaciones se cubrían maradonianamente: ahora era un control, ahora una insuficiencia cardíaca, ahora una “sobredodosis”…

La muerte de Elvis, ocurrida el 16 de agosto de 1977, logró que los medios de comunicación -indudable primera versión de la historia- se colgaran del desasosiego de sus fans planetarios para escribir teorías absurdas. La más estúpida de todas es que Elvis todavía sigue vivo.

La leyenda necesitaba un lugar lejano y la Argentina pasó a ser un destino posible para que un nebuloso Boing 747, proveniente de Memphis, aterrizara en estas tierras con un tal John Burrows, una silueta rotunda de gafas amplias y envolventes que había llegado para ser transportado en un Ford Falcon de color nunca detallado. Un día después de su muerte, según la leyenda, Elvis elegía llegar a la Argentina de Videla para vivir en Parque Leloir, Zona Oeste del Gran Buenos Aires, cerca de donde muchos años más tarde vivirá el Indio Solari.

Es más, si todavía vive, quizá Elvis y el Indio sean vecinos.

El periodista Michael Cole de la BBC fue el primero (de los periodistas) en ver el cuerpo muerto del artista y contó algunos detalles al Daily Mail. Enterado de la noticia, se tomó el primer vuelo a Memphis. Llegó a Graceland. Insólitamente en el lugar no había nadie. «Mostré mis credenciales al guardia de seguridad que estaba allí y pedí hablar con algún miembro de la familia de Elvis. Mientras esperábamos, se acercaron algunas personas. Descubrí que Elvis era una estrella más grande en Gran Bretaña que en los Estados Unidos», contó.

«Después de unas horas, el comisario de Memphis vino y me contó que la familia me había invitado entrar. No estaba seguro de querer ver al muerto, pero acepté porque mi interés periodístico fue más fuerte. El ataúd estaba apoyado sobre caballetes. Detrás estaban algunos integrantes de la familia Presley, su ex esposa, Priscilla, su hija Lisa Marie y su padre Vernon. Me saludaron», relató.

Encantadores todos.

«Elvis no se veía muy bien. Lo más sorprendente fue el tamaño de su rostro. Tenía la forma de una sandía pálida. Supuse que era por las drogas. Llevaba un traje negro, una camisa blanca y una elaborada corbata blanca». El hallazgo de Cole no tiene equivalencias en el universo del rock. “Estaba peinado. El jopo de Elvis era una marca registrada. Llevaba una raya dibujada a la derecha, como con una regla».

Luego le harían la autopsia y se sabría: en su barriga había 14 tipos de drogas diferentes.

El 16 de agosto de 1977 Elvis Presley, de 42 años, moría y el mundo hacia ¡plop! Las radios sólo pasaban su musica. En Elvis, what happened? (Elvis, ¿qué pasó?), un libro que dictaron dos guardasepaldas, se decía que luego de Priscilla, Elvis estaba sin rumbo encadenando novietes informales, chicas con quienes mantenía una relación infantil al mejor estilo Michael Jackson, a las que veía dos veces y les proponía matrimonio con anillo de compromiso y todo.

Un día antes, el 15 de agosto, Elvis se levantó a para hacer pis a las cuatro de la tarde. No era una siesta. Vivía en estado de jet lag permanente. Lisa Marie, de 9 años, su hija, estaba pasando un par de semanas con el Rey. Ese día, Elvis tenía que ir al dentista. Caries y limpieza bucal.

De madrugada andaba totalmente despejado y eufórico. A eso de las 2 AM llamó a su médico de cabecera, el “doc” George Nichopoulos, por un dolor estomacal.

A las cuatro telefoneó a dos amigos para jugar frontón. Los muchachos, vecinos que vivían ahí nomás, le advirtieron: “Está lloviendo, Elvis”. ¡Ufa!, y a tocar un ratito el piano. Los medicamentos recetados por el médico de apellido griego no tardaron en llegar en bolsas de supermercado: depresivos al por mayor, placebos al por mayor. «Hacerlo dormir era imposible», se decía.

A la mañana de ese día largo y confuso día, Elvis seguía despierto.

“Voy a leer al baño”, anunció. Era la hora del café con leche. Un investigador médico que estuvo en la escena sanitaria describió un baño tamaño habitación con inodoro confortable “como un trono de color negro”. Enfrente, un televisor, teléfonos (2), sillones y “ducha circular de tres metros de diámetro con una silla de vinilo en el centro”.

Ginger Alden, su última conquista, andaba por la mansión. «¡No te duermas en el baño!», le advirtió acaso conociendo sus rutinas. Ginger se desentendió haciendo un par de llamadas, hablando con su madre, hasta que de pronto advirtió que Elvis no había salido de un lugar donde podía pasarse horas. Golpeó la puerta y nada.

Entró y según un cruce de testimonios que coinciden, Elvis “estaba tirado en el suelo, con el pantalon pijama brillante en las rodillas y la cara hundida en un charco de vómito». La pequeña Lisa Marie lloraba como la nena que era. El parte fue categórico: “Elvis había sufrido una sobredosis”.

Un informe del laboratorio determinó que se encontraron 14 fármacos distintos en su cuerpo, diez de ellos en cantidades industriales. En una investigación posterior se supo que se habían recetado alrededor de diez mil dosis de medicamentos a nombre del paciente Elvis Presley.