Muere cantante y animadora de TV Raffaella Carrà

La cantante italiana Raffaella Carrà ha muerto a los 78 años, según ha anunciado su pareja a través de la agencia italiana Ansa: «Se fue a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento brillarán para siempre»

La cantante italiana Raffaella Carrà ha muerto este lunes a los 78 años, según ha anunciado su familia a través de la agencia italiana Ansa.

«Raffaella nos ha dejado. Se fue a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento brillarán para siempre», anunció Sergio Japino, su pareja desde hace años.

En su comunicado, Japino describe a Carrà como una «mujer fuera de lo común pero dotada de una sencillez sorprendente» y habla de sus últimos días y de una enfermedad de la que apenas se sabía. «Desde hace algún tiempo, atacaba su cuerpo, tan diminuto pero tan lleno de energía desbordante», cuenta su pareja, que destaca «una fuerza imparable, que la impuso en la cima del sistema estelar mundial, y una voluntad de hierro que nunca la abandonó hasta el final, asegurándose de que nada de su profundo sufrimiento se filtrara. Otro gesto más de amor hacia su público y hacia quienes compartían su afecto, para que su calvario personal no perturbara su brillante recuerdo».

Raffaella Maria Roberta Pelloni (Bolonia, 1943), más conocida como Raffaella Carrà o directamente como La Carrà, porque a las divas les sobra con el apellido, fue actriz, cantante, bailarina y presentadora de televisión. Se hizo muy popular entre el público español y latinoaméricano en los años setenta y ochenta, cuando presentó con gran éxito varios programas de televisión. Sus canciones fáciles y pegadizas, sus letras provocadoras y sus bailes imposibles no sólo pusieron la banda sonora a la España gris de entonces, sino que han sobrevivido en tanto en España como hispaoamérica generación tras generación.

Hace sólo unos meses se estrenaba la película Explota, explota, un musical lleno de versiones de la cantante y de golpes de melenas rubias que se agitaban como la suya. O casi. «Cada artista tiene su firma. Y ésa es la mía. No se puede aprender a ser Lola Flores y tampoco a ser Raffaella Carrà», presumía ella en una entrevista con EL MUNDO a finales del año pasado.

En esa charla, la artista italiana hablaba de su particular español y de todas las veces que desde el sofá de casa dijimos aquello de «Hola, Raffaella». De su amor por el gazpacho, de los años en los que su ombligo con forma de tortellini calentó a Italia entera, de las letras que sulfuraron incluso al Vaticano, de su condición de icono gay (fue Madonna antes que Madonna) y de su pasado comunista.

«Me considero una persona de izquierdas a mi modo. Me he sentido siempre culpable. Durante toda mi vida he estado de la parte de los trabajadores, de la gente que lucha, porque yo misma he trabajado muchísimo», decía. «Siempre me he preocupado por los derechos laborales de los que están a mi lado. Pero al mismo tiempo, el éxito ha hecho que haya tenido una vida cómoda. Teóricamente, debería estar del lado de los ricos, de todos los afortunados a los que nada les importa los demás. Ésa es la derecha. Pero no. Siempre he creído que es fundamental pagar los impuestos y me alegro de pagarlos».

También de cuando le dio calabazas a Frank Sinatra y de ese feminismo que dejó clarísimo que para hacer bien el amor había que ir al sur. «Yo me limité a descorrer un velo. Recuerdo que Lucía Bosé, a la que iba a ver siempre que visitaba España y nos comíamos un cordero, me decía que había dado un golpe a energía a las mujeres españolas… Pero siempre es importante mantener la feminidad, porque creo mucho en que cada uno, hombre y mujer, aporta un 50% a la pareja».

Nacida en Bolonia, Raffaella Carrà participó en su primera película con sólo 9 años. A los 10 se trasladó a Roma, donde comenzó a tomar clases de danza clásica. Se diplomó en Interpretación en el Centro Sperimentale de Cinematografía en 1960.

Con la compañía de teatro Giulio Bosetti se presentó en Barcelona, en septiembre de 1965, en el Festival de Prosa Latina, con la obra de Diego Fabri Il seduttore. Antes ya había intervenido en programas de la Televisión Italiana, en comedias, revistas musicales y seriales.

En 1965 rodó en España la película El caballero de la rosa roja y en 1968 volvió a para intervenir en Comando del infierno, película que hacía ya la número 17 en su carrera cinematográfica.

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