Era una noche de lunes. Una modesta casa en Honolulu, Hawaii. Gloria Hiroko Chapman cenaba sola frente a una TV encendida. El aparato electrónico era nuevo. Estaba viendo un capítulo de La Familia Ingalls mientras terminaba su plato. Justo en la escena en la que el personaje de Mary se quedaba ciega, la imagen de la serie se vio interrumpida por un graph precario de palabras que se movía de un lado a otro de la pantalla: “John Lennon fue baleado por un hombre blanco en la ciudad de Nueva Yok”.
“¡Oh, no, oh no!, ¡Ese fue mi marido, ese fue Mark!”, gritó la entonces agente de viajes ante sus cuatro paredes. La mujer acababa de enterarse de que su vida cambiaría para siempre.
Efectivamente, su marido Mark David Chapman había asesinado hacía unos pocos minutos de cinco disparos con un revólver calibre .38 mm a la ex estrella de los Beatles y quien se había consagrado como uno de los más grandes íconos culturales del Siglo XX. Ese ex empleado de seguridad de 25 años había cumplido con un plan armado durante meses. Había hecho caso a sus demonios internos y cambió la escena artística en todo el planeta.
Pero la historia cuenta que cinco horas de ese mismo 8 de diciembre de 1980, Lennon y Chapman ya se habían cruzado en la calle unas horas antes. Incluso, habían interactuado y el propio músico le había firmado un ejemplar del nuevo disco que estaba a punto de sacar junto a su pareja Yoko Ono, “Double Fantasy”.
La historia también contaría que el propio Chapman había hecho su vigilia en la puerta del Dakota otras tres veces antes y que hasta había volado desde Hawai a Nueva York tres meses antes para cometer ese mismo asesinato. En aquel momento, se había arrepentido a tiempo.
En ese final de 1980, Lennon preparaba su regreso a la luz publica: Habían transcurrido cinco años sin que lanzara un álbum de música y llegaba el lanzamiento de “Double Fantasy”, un LP exclusivo de su pareja con Yoko Ono.
Durante ese lustro se había dedicado de manera casi exclusiva a la crianza de su hijo menor, Sean. Junto a Yoko habían intentado tener un hijo durante diez años, pero hasta ese momento habían sido todas frustraciones.
El lanzamiento del disco lo obligaba a disponer de una agenda cargadísima en cuanto a la atención a los medios. Por eso, la primera actividad de ese 8 de diciembre fue la de recibir en su departamento del edificio Dakota a la célebre fotógrafa Annie Leibovitz para que retratara la portada del nuevo número de la revista Rolling Stone.
Esa sesión dejaría para la eternidad la imagen que terminó ilustrando la primera página de la revista, con Lennon desnudo y abrazando en posición fetal a Ono, que descansaba con los pelos desparramados por el suelo y boca arriba.
La entrevista de ese artículo había sido realizada por el periodista Jonathan Cott y en la misma el músico británico había afianzado, a sus 40 años, su necesidad de apuntalar su rol como padre y su figura ante sus hijos.
“Para Yoko y para mí había sido un gran tema el de poder tener un hijo. Ya ambos habíamos tenido otros hijos y muchísimos problemas con las drogas, de índole personal y otros públicos. Después de 10 años pudimos tener uno y no lo queríamos arruinar. Yo no soy el mejor padre en la tierra, pero hago lo mejor que puedo. Soy una persona muy irritable, soy un depresivo tengo mis subidas y bajadas con el ánimo y eso también es algo con lo que tenemos que lidiar. Espero que no le afecte a mi hijo en el futuro, pero al menos ahora estoy fisicamente”, explicó el cantante durante esa entrevista.
También se dedicó a destrozar a aquellos críticos musicales y fanáticos desencantados, muchos de los cuales añoraban la imagen más rockera de Lennon de los años 60, condimentada por esa lengua de declaraciones picantes y actos que desafiaban al sistema. Fue entonces, cuando hasta se animó a hablar de la muerte. Tres días antes de la propia.
“Estas críticas aparecen a raíz de las ilusiones que han creado sobre los artistas. Es como la adoración de ídolos. Como esos niños pequeños de Liverpool que sólo nos gustaban cuando estábamos en Liverpool. Muchos de esos fans nos abandonaron porque nos hicimos grandes en Manchester, ¿verdad? Pensaron que nos habíamos vendido ¿Qué demonios es esto? A la gente solo le gusta cuando uno está en el camino ascendente. Y cuando están allí arriba, ya no tienen nada más que hacer que cagarse en ellos. No puedo volver a subir. Lo que quieren son héroes muertos, como Sid Vicious y James Dean. Y a mí no me interesa ser un maldito héroe muerto. . . . Así que olvídalos, olvídalos”.
Esta actitud más relajada de Lennon, con conciencia de clase, con empatía hacia los más desfavorecidos y en plena tensión con valores tradicionales impregnados en la cultura occidental fue, de hecho, el punto de ruptura definitiva para el fanatismo de Mark Chapman por el músico británico.
Desde hacía algunos años, Chapman había considerado que Lennon era un hipócrita: afirmaba que el discurso del cantante apuntaba a los más necesitados, mientras el artista seguía nadando en millones de dólares y habitaciones de lujo de hotel.
Así y todo, la ruptura de Chapman con Lennon y los Beatles ya databa de varios años. A inicios de los 70, el asesino había se había sumergido en la religión cristiana y no le perdonaba a Lennon la frase de “somos más grandes que Jesús”, enunciada por el músico en pleno auge mundial de los Beatles.
Chapman ya no tocaba más temas de los Beatles con su guitarra. Ya habían quedado en el olvido esas tardes de cuando tenía menos de 10 años e invitaba a sus amigos del barrio al garage de su casa para ofrecer -con pago de una entrada previa- un recital propio en el que hacía la mímica de la canción “She loves you”.
La infancia de Chapman parece representar un cliché del joven que atravesaría con serias dificultades su juventud y la entrada en la vida adulta. Un padre que golpeaba a su madre delante de él, incapaz de dar muestras de afecto y con la violencia como método de diálogo.
Como si fuera poco, y de acuerdo a las entrevistas con psicólogos posteriores al asesinato, Chapman aseguró que entre sus 7 y sus 8 años le aparecieron las primeras visiones de unos hombrecitos pequeños que se le aparecían en las paredes de los lugares a los que acudía.
“Para ser sincera, yo le tenía miedo a Mark. No me refiero a algo físico, sino a lo mental. No quería llegar al punto de tener que decirle ‘Ya no tenés más lugar en esta casa’, pero realmente lo sentía. Él tenía el poder y se había convertido en el núcleo de la familia, lo cual estuvo mal. Él sabía que podía arruinarlo todo y sus padres no fuimos lo suficientemente fuertes”, advirtió la madre de Chapman durante un reportaje publicado por la revista People, años después del crimen.
Durante la adolescencia, Chapman encontró su versión de adolescente “combativo”: se metió en el consumo de LSD y cocaína, mantenía constantes peleas en la escuela, fue expulsado de colegios y hasta visitó en varias oportunidades las comisarías de su ciudad.
Ya una vez terminado el colegio, Chapman logró canalizar su obsesión en el libro “El Guardián entre el Centeno”, de J. D. Salinger.
Aquella publicación narraba la historia de Holden Caulfield, un joven solitario que no puede terminar de conectar con la gente que lo rodea debido a su personalidad y que, en consecuencia, refleja una actitud extrema: insulta, fuma, bebe, odia el sistema y descree de las convenciones sociales.
Hasta la fecha del crimen, Chapman adquirió una obsesión con ese personaje literario, con el que se sentía identificado. A tal punto llegó ese fanatismo que, seis meses antes de viajar a Nueva York para matar a Lennon, llegó a enviar un petitorio a la gobernación de Honolulu para cambiar su nombre y empezar a llamarse Holden Caulfield.
En 1977, Chapman se mudó a Hawaii en un intento de recuperar su vida sana, abandonar las adicciones a las drogas y poder encarrilar sus disputas constantes con los demonios en su cabeza. Fue así que conoció a la agente de viajes Gloria Hiroko, japonesa como Yoko Ono, con quien entablaría en 1978 una relación amorosa que persiste hasta la actualidad.
“Después de casarnos, en 1979, Mark consiguió un trabajo en un depósito de copias de documentos de un hospital. Debía trabajar en un sótano y en soledad todo el día. Eso le dio demasiado tiempo para pensar. Demasiado tiempo para estar con su cabeza. Ahí empezaron a cambiar las cosas”, escribió Gloria en 2017 en una web de una iglesia cristiana de Hawaii a la que todavía atiende.
“Las cosas se pusieron feas. Él perdió su trabajo y se empezó a enojar conmigo más facilmente. En un par de ocasiones me agredió físicamente y nos aisló. Ya no veíamos a amigos, estábamos todo el día solos en casa”, agregó.
Primer encuentro con Lennon
Ese 8 de diciembre de 1980, Chapman llegó a la puerta del edificio Dakota poco después del mediodía. En el lugar estaban dos fanáticas de Lennon con las que ya había compartido 10 horas de guardia el sábado anterior sin que el ídolo apareciera. Los tres se saludaron con sonrisas, recordando el encuentro previo.
En el lugar también estaba el fotógrafo Paul Goresh, a la espera de la oportunidad de conseguir una imagen de la estrella a la salida del edificio. También se encontraba el portero del Dakota, un cubano llamado José Perdomo.
Durante la espera, se apareció un auto del que salió un niño con una mujer mayor. Las fanáticas lo reconocieron de inmediato: era Sean Lennon. “Las chicas me presentaron a la niñera y a él. Le dije ‘Ey, Sean, cómo estás. Cuídate del resfrío’ y le estreché su manito. Era el niño más hermoso del mundo. Ahí no me puse a pensar que iba a matar al padre de este pobre chico y que él no iba a tener padre para toda su vida. Yo amo a los niños. Soy el Guardián entre el Centeno”, afirmó Chapman durante su primera entrevista concedida después del asesinato, a la revista People.
Mientras las chicas y Chapman esperaban, Lennon ya había despedido a la fotógrafa de Rolling Stone. Su siguiente actividad era una charla con el DJ Dave Sholin de la radio RKO, en la que sería la última entrevista de su vida.
De manera paradójica, la última respuesta de Lennon en su vida ante un periodista estuvo vinculada a la firma de autógrafos: “Yo también soy fanático de la gente. A mí me gusta cuando me traen un libro o un disco y se lo firmo. Todas esas cosas”, fueron sus palabras públicas finales.
Poco antes de las cinco de la tarde, el periodista de la radio abandonó el Dakota. Allí se cruzó con Chapman y con Goresh, quien preguntó si iban a bajar John y Yoko. La respuesta fue negativa.
Error.
A las 17.05, Lennon y Ono bajaron de la habitación y se encaminaron hacia una limousina. Allí, Chapman le habló al que había sido el ídolo de su infancia y hoy era objeto de sus deseos más siniestros. “John, ¿me puedes firmar?”, le preguntó al artista. “Seguro. ¿Sólo esto quieres?, ¿No quieres nada más?”, respondió Lennon, después de haber autografiado la portada del disco Double Fantasy.
“Él me miró con unos ojos cariñosos, sinceros. Quedé sobrecogido por su sinceridad. Yo esperaba a alguien que me despachara y fue todo lo contrario. Y entré en una nebulosa, una parte de mí me preguntaba ¿Por qué no le disparas? y la otra decía, ‘No puedo dispararle así. Por ahora sólo quiero su autógrafo”, reveló Chapman.
Lennon y Ono se marcharon en el auto hacia el Record Plant Studio, donde John grabaría las últimas mezclas de guitarra para la canción Walking on thin ice.
En ese interín, Chapman invitó a las dos fanáticas y al propio fotógrafo Gosher a salir de fiesta y pasar la noche con él. “De haber aceptado, quizás esa noche no ocurría nada. Pero seguramente lo habría intentado otro día”, dijo. Chapman había notado que Gosher también tenía el disco Double Fantasy en su poder y hasta se ofreció a intercambiar roles y fotografiarlo cuando Lennon volviera.
Poco antes, el reportero gráfico había registrado en su rollo la única imagen existente en la que aparecen John Lennon y Mark Chapman.
El asesinato
Pasaron unas cinco horas. En el transcurso, Chapman cenó y hasta leyó unas páginas de ua edición recién comprada de “El Guardián entre el Centeno”, la cual la había firmado él mismo: “Dedicada de Holden Caulfield a Holden Caulfield”. También charló sobre política con Perdomo, el portero, quien era un ferviente anticastrista.
A las 22.50, arribó a la puerta del Dakota la limousina. Yoko Ono bajó en primer lugar y se mantuvo a unos 6 metros adelante de Lennon, que caminaba por detrás. El músico cruzó a Chapman, que estaba en la vereda. Intercambiaron miradas y Chapman creyó que la estrella lo había reconocido por el encuentro anterior.
“Ahí lo supe, ahí lo sentí. Era el momento. Sentía una voz que me decía ‘hazlo, hazlo, hazlo’. Saqué el arma del bolsillo. No recuerdo haber apuntado. Y empecé a disparar. Fueron cinco disparos”, afirmó Chapman en su primera entrevista.
Uno de los balazos impactó contra una de las paredes de hotel. Los otros cinco fueron directo al cuerpo de Lennon. Tres balas de punta hueca entraron en la espalda y otra en el hombro. Y las lesiones fueron demasiado graves: uno de los proyectiles se incrustó en el pulmón izquierdo del artista, otro trituró la arteria subclavia.
Lennon llegó a caminar cinco pasos, susurró dos veces “Me dispararon” y cayó tendido boca abajo justo en el ingreso al lobby del Dakota. Le sangraba su boca y sus anteojos habían quedado salpicados.
Los 7 psicólogos que entrevistaron a Chapman después del crimen intentaron indagar sobre sus sentimientos al momento de cometer el asesinato: “Lo único que pensaba era: las balas están funcionando. Temía que se hayan arruinado con humedad durante el vuelo. Creo que sentí algo de arrepentimiento al ver que funcionaban también, pero no puedo asegurarlo”, declararía luego Chapman, quien se quedó en silencio. Sin escapar. Inmutado.
“¿Qué hiciste?, ¿Sabes lo que acabas de hacer?”, le preguntó desesperado Perdomo. “Sí, le disparé a John Lennon. Perdón pero no quería ocasionar problemas a nadie”, respondió Chapman.
El primer policía en llegar al lugar fue un joven llamado Peter Cullen, quien paradójicamente, la primera tarea de su carrera como novato en la Policía de Nueva York en la fuerza había sido la custodia de los Beatles durante un show en 1965.
Cullen fue el primero de los tantos efectivos y funcionarios que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para poder mantener la profesionalidad y atenerse a los protocolos ante semejante suceso. Ese no fue el caso de su compañero Steven Spiro que, mientras ambos trasladaban a Chapman a una comisaría, gritaba dentro del patrullero: “¡Esto es historia, amigo. Esto es historia!”.
Lennon fue derivado en un gravísimo estado y a bordo de un auto de la policía al Hospital Roosevelt. Llegó sin signos vitales y después de 20 minutos de intento de resucitación fue declarado muerto a las 23.15.
Chapman, por su lado, fue puesto en custodia y entregó todas las pertenencias que tenía en ese momento: una biblia, un casette de Todd Rundgren, una foto de Judy Garland limpiando una lágrima del León Cobarde del Mago de Oz, un pasaporte, una foto suya junto a niños refugiados y una foto de su auto Chevrolet modelo 1965.
Desde un primer momento, Chapman se declaró culpable por el asesinato. Si bien sus abogados intentaron recurrir a la insanidad mental para alivianar la pena, fue condenado en 1981 a la pena de 20 años-a cadena perpetua.
Desde entonces, el asesino de Lennon realizó once presentaciones para que se le otorgara el beneficio de la libertad condicional. Sin embargo, en todas las oportunidades su reclamo fue rechazado. Pese a cambiar su discurso a lo largo de los años y terminar asegurando que mató a Lennon para arrebatarle algo de su fama y en pos de una gloria personal, la Justicia advirtió que su regreso a la sociedad representaba un peligro para su integridad física y para la de los demás. Su último pedido denegado fue en este 2020 y el próximo intento se llevará a cabo en agosto de 2022
Las semanas pasaron y la ola de homenajes desde todas partes del mundo provocó un sentimiento de duelo mundial del arte.
Pero la rueda giró y giró.
Tres meses después, el 8 de marzo de 1981, John Hinckley Jr. intentó asesinar a balazos al flamante presidente de EEUU Ronald Reagan a la salida de una conferencia en Washington. Al revisar las pertenencias, encontraron una edición del libro “El Guardián entre el Centeno”.
El agresor dejó un casette con una grabación en su cuarto de hotel: “Uno de mis ídolos, John Lennon, fue asesinado y ahora sólo me queda Jodie Foster. Todo lo que haga en este 1981 va a ser para proteger la salud de Jodie”.