El cineasta, que publicará un libro ambientado en Venezuela, asegura que Manos de piedra es un mensaje en un país que atraviesa una crisis moral
Humberto Sánchez Amaya/El Nacional
Jonathan Jakubowicz es el autor de la cuarta película venezolana más vista en el país: Secuestro express (2005). Luego del éxito del largometraje desarrolló su carrera en el exterior. Dirigió capítulos de series como Lynch y Prófugos. En Estados Unidos recibió varias ofertas, pero muchas de estas de producciones sobre narcotraficantes. «Me di cuenta de que casi no existían filmes sobre personajes latinoamericanos positivos. Casi siempre exaltamos a nuestros criminales, lo que trae como consecuencia parte de la descomposición social. En Venezuela violar la ley es aceptado socialmente. Desde la elección de un presidente que intentó matar a un gobernante hasta la reivindicación de las FARC».
El cineasta regresa con Manos de piedra, que se estrena el viernes, y con la que cumple el propósito de enaltecer otro tipo de héroes, en este caso el boxeador panameño Roberto Durán.
«Es una épica humana sobre levantarse a pesar de las circunstancias. Ese es un mensaje que Venezuela necesita más que nunca. Roberto Durán viene de un barrio muy parecido a los de Venezuela. Tenía todo en contra, pero se fajó, enfrentó a todo el que se le atravesó».
—¿Considera que Durán representa el alma latinoamericana?
—Hay una constante de amor y odio hacia el poder. A veces ese poder es local y otras es externo. Algunos pueblos aman con devoción a sus gobernantes, otros los odian, así como a los gringos. Pero en todos hay una lucha en contra del abuso que nos viene desde la época de la Colonia. Durán encarnó eso para su gente. Se enfrentó con los boxeadores más grandes de la historia y los venció en sus propios terrenos. En todo ese proceso su mayor enemigo fue su propia rabia. Si tuviese que describir el alma latinoamericana, lo haría como una que vive en una pugna constante entre la grandeza y la autodestrucción.
—La mayoría de los boxeadores conocidos tienen una vida poco ejemplar, aunque hay unos que son presentados como virtuosos. Es curioso que esto ocurra en un deporte que muchos consideran violento.
—Eso es lo que hace especial a Durán. Nunca olvidó su origen y logró lo más grande del deporte mundial. Pero es un héroe de carne y hueso, con demonios que combatir. El hecho de que el boxeo sea violento es en parte lo que lo hace tan cinematográfico. Nos lleva a lo más esencial de la lucha humana, la supervivencia entre dos hombres enfrentados.
—¿Qué lectura tiene la proyección de este filme en el país?
—Venezuela tiene una crisis moral. Llevamos casi dos décadas viendo cómo el éxito solo se logra a través del crimen. El trabajo es visto con sospecha y el guiso como virtud. La gente preparada fracasa o escapa, los criminales triunfan y se burlan de los demás. La descomposición moral a la que nos llevó la revolución debe ser combatida con nuevos héroes, nuevos valores, nuevos sueños. A Roberto Durán sus enemigos lo acorralaron, le dio un golpe al tablero y abandonó la lucha. Después encontró su lugar y regresó más fuerte que nunca. No creo que exista metáfora más necesaria para la realidad venezolana. Estamos acorralados, pensando que todo actúa en contra de nosotros y que no hay salvación posible. Es un momento histórico que definirá si somos recordados como un pueblo de perdedores o como un pueblo heroico.
—¿Por qué una década para volver a ver una película suya?
—Porque fue muy difícil. Al ser perseguido por el gobierno de Hugo Chávez no tenía la opción de filmar en mi país y tuve que comenzar de cero en Estados Unidos. Fue muy jodido y requirió de muchos sacrificios. Hoy en día puedo decir que no cambiaría ni un día de todo lo que parí.
—¿A qué se refiere con haber sido perseguido por el gobierno de Chávez?
—Cuando salió Secuestro express abrieron dos juicios, uno en contra de la película y otro en contra mía. Pedían de 6 a 10 años de cárcel. En La Hojilla se me insultaba frecuentemente y Chávez sugirió investigarme en su discurso de enero de 2006 en la Asamblea Nacional. En su opinión la película ofendía a las Fuerzas Armadas al mostrar a un soldado homosexual.
—¿Volvería a filmar en Venezuela?
—Nada me haría más feliz. En este momento es difícil, no solo para mí sino también para todos, incluso para los cineastas que fueron cómplices de la dictadura. Pero voy a publicar un libro a finales de año y buena parte de la historia se desarrolla en Venezuela.
—¿Qué opina del cine que se está haciendo en el país?
—Sé que hay cosas muy valiosas y que hemos avanzado, pero confieso que no he podido ver mucho. Las películas de la Villa del Cine no las veo por principios. Con las del CNAC a veces lo logro, haciendo un esfuerzo por ignorar su origen.
Un boxeador se enfrenta a sus demonios en Manos de piedra
La primera media hora de Manos de piedra, dirigida y escrita por Jonathan Jakubowicz, se centra en la niñez y juventud de Roberto Durán, entonces un niño pobre cuya familia apenas tiene para comer. Además, vive en un país en conflicto ante la presencia estadounidense en el Canal de Panamá, ocupación que genera no pocas revueltas sociales y de las que el joven Durán es testigo y víctima. Ese contexto lleva a observar a un protagonista con una visión un poco maniquea.
Edgar Ramírez interpreta a Roberto Durán adulto, cuando despunta como una gran promesa del boxeo, imparable en el camino al campeonato mundial. Es entonces cuando el filme empieza su camino seguro al clímax, a las emociones tanto dentro como fuera del ring. La prepotencia y hasta el rencor pueden truncar su carrera, a pesar de los consejos de Ray Arcel, encarnado por Robert De Niro. Las escenas de las peleas logran su cometido. Angustian y trasladan al lugar, como si el espectador fuera parte del público. Manos de piedra es una historia de crecimiento, perdón y superación.