El músico venezolano y actual director musical de la Ópera de París, Gustavo Dudamel, advierte que una de las deficiencias de las instituciones artísticas es que « seguimos creyendo que el público debe venir a nosotros y no al revés».
En una entrevista para El País, señala que al frente de la Ópera de París, su proyecto consistirá en alternar «títulos importantes de la historia de la ópera con un nuevo repertorio, creando un equilibrio entre lo tradicional y lo nuevo». Una línea similar a la que desarrolló con éxito en la Filarmónica de Los Ángeles, aunque en París tendrá que primar lo lírico ante lo sinfónico. «Aun así, no vengo con la voluntad de repetir la misma receta, porque no me apetece y porque son lugares muy distintos. Lo que sí puedo hacer es usar lo que he aprendido e implementar cosas de las que me siento orgulloso», expone.
En su primera temporada, dirigirá Turandot y Las bodas de Fígaro, una en cada una de las dos salas de la Ópera de París, la sede histórica del Palais Garnier y la fortaleza ochentera de la Bastilla. También ha programado conciertos sinfónicos de Ravel, Mozart, Berlioz, Mahler o Boulez, que le permitirán «encontrar un sonido» junto a su nueva orquesta. Luego vendrán «los nuevos compositores y las óperas nunca representadas», los proyectos con artistas de otras disciplinas y músicos pop, como los que ha desarrollado en Los Ángeles, que aspira a poner en escena fuera de esas dos sedes oficiales. «Romper esas barreras es la mejor forma de hacer que el público se acerque», afirma Dudamel.
Su perfil de superestrella y su soltura en distintos registros impulsaron la candidatura de Dudamel, pero también el buen recuerdo que había dejado en los músicos de una orquesta conocida por su aspereza humana. ¿Por qué cree que les gustó tanto? «Vieron el respeto que existe por mi parte hacia los artistas con quien trabajo. Y una flexibilidad, porque no soy una persona impositiva. Soy riguroso, pero sin que haya imposición», comentó.
«Crecer en el ambiente donde crecí es una fortuna gigantesca. Me hizo consciente de la importancia del músico en la orquesta, de la exigencia expresada a través del entendimiento y nunca de la obligación», añade sobre su formación en el Sistema, la revolucionaria organización de orquestas públicas en Venezuela. «Apuesto por un liderazgo donde todo el mundo se sienta representado. Tiene que haber un guía y tú tienes que sentirte guía, pero hay formas de decir las cosas. Otros pegan tres gritos. Yo expongo mis críticas en el marco de una reflexión, lo que en realidad puede ser más duro, más laborioso», admite.
¿Cuajará el método Dudamel, partidario del ensayo como una coproducción entre el maestro y sus músicos, en uno de los templos más turbulentos del arte lírico europeo? Su flamante director conoce el largo historial de conflictos en esta institución, donde han abundado las tensiones y las huelgas. Su amigo Benjamin Millepied, otro angelino de adopción, tiró la toalla tras solo dos años al frente del ballet de esta misma Ópera, incapaz de impulsar la renovación que deseaba.
Su nombramiento convierte a Dudamel en el primer latinoamericano al frente de una gran ópera europea y demuestra que existen otros caminos para conquistar la excelencia que el modelo vienés del conservatorio y su culto al solista. «Esos tiempos han cambiado… un poco. La música es muy importante en mi país, pero no es comparable con los lugares donde nació y se desarrolló. Dicho esto, el Sistema ha sido un ejemplo de transformación de la enseñanza en muchos puntos del mundo, incluidos los propios conservatorios», considera. El fruto de esa pedagogía alternativa llega ahora al corazón de la Ópera de París.
¿Significa eso que la música culta ha cambiado para siempre? «Es un signo de que ha evolucionado y creo que debe seguir haciéndolo. No puede irse encerrando en una caja cada vez más pequeña. Hay que protegerla y respetarla, pero también permitir que cambie con los tiempos», expone Dudamel.