El primer aviso lo dio la miss Patricia Velásquez en 2015, pero casi nadie quiso escucharla. “Tuve que empezar a prostituirme“, aseguró la actriz, una de las protagonistas de La Momia, quien así obtuvo financiación para sus cirugías estéticas, a las que Sousa obligaba a casi todas las chicas si querían triunfar, y para la compra de un apartamento gracias a la “generosidad” de los patrocinadores del concurso.
El derrumbe de Venezuela amenaza con llevarse buena parte del país por delante, incluido su principal orgullo: los certámenes de belleza. El abandono de Osmel Sousa, la publicación de investigaciones y libros sobre los vínculos del chavismo con redes de proxenetismo y corrupción en el entorno del Miss Venezuela y las peleas de las misses han confirmado que no se trataba únicamente de leyendas urbanas que casi todos habían escuchado, pero pocos creían.
La caja venezolana de Pandora se ha entreabierto y sus rayos y truenos amenazan a todos sus protagonistas. Incluso las propias misses amagan con abrirla del todo.
Entre las que no se prestó al juego del poder se encuentra una exconcursante y modelo, casada hoy con un jugador de la selección venezolana de fútbol. Mantiene su nombre en el anonimato, los tentáculos del poder llegan hasta muy lejos. La joven acudió a una cena con un patrocinante, no accedió a sus pretensiones y no repitió. Pero reconoce a El Mundo que una parte de sus compañeras cayó en las garras de la red, incluso se benefició de ella.