Lo primero que hay que entender acerca de Chernobyl, la miniserie de HBO que concluyó su temporada de cinco episodios en América Latina, es que muchas cosas son inventadas. Sin embargo, lo segundo, y más importante: en realidad eso no importa.
La explosión y el incendio en el reactor de la Unidad 4 de Chernóbil el 26 de abril de 1986 fueron extraordinariamente desastrosos y lúgubres, una bomba sucia radioactiva a una escala para la que nadie, y menos en la Unión Soviética, estaba preparado. Sigue siendo el peor desastre en la historia de la energía nuclear, pues murieron más de treinta personas en un inicio, y más en los años siguientes, aunque las cifras son materia de controversia, y la contaminación radiactiva se extendió a lo largo de grandes tramos del territorio soviético y europeo.
En los momentos llenos de pánico vividos inmediatamente después, así como durante los siete meses de crisis y confusión hasta que se concluyó el trabajo para el sarcófago de concreto y acero que encapsuló los restos letales del reactor, hubo cientos de héroes y villanos, sin mencionar a decenas de miles de personajes secundarios.
Los productores de la miniserie no suavizan el desastre real que hubo ni lo lúgubre, a veces la violencia gráfica incluso es demasiada: las víctimas de la radiación a menudo están cubiertas de sangre, por algún motivo. Más bien simplifican todo. Cobran efecto las exigencias de Hollywood y de los presupuestos de producción.
Eso no quiere decir que no haya muchos toques de verosimilitud.
La escena de la azotea en la que los reclutas solo tienen segundos para arrojar escombros radiactivos al suelo es tan espectral como debió haberlo sido para quienes estuvieron ahí hace tres décadas. Además, la sala de control de la Unidad 4 se recreó fielmente, desde las perillas de control en los muros hasta las batas blancas y los gorros que usaban los operadores.
«Cuando visité la sala de control de la Unidad 3 hace cinco años, que está al lado de la Unidad 4, tuve que usar el mismo atuendo extraño, que parecía más apropiado para una panadería que para una planta de energía nuclear», relató un reportero de The New York Times.
Para el espectador que no tenga conocimientos sobre lo ocurrido en Chernóbil sería comprensible que, después de verla, piense que la respuesta y la depuración fue dirigida por dos personas, Valery Legasov y Boris Shcherbina, respaldados con valentía por una tercera, Ulana Khomyuk.
También se podría perdonar que asuma que todos eran personajes reales. Legasov y Shcherbina sí existieron, aunque sus papeles se tergiversaron y se ampliaron para satisfacer la necesidad del guion de mantener el flujo narrativo. Por otro lado, Khomyuk es totalmente ficticia, y sus acciones llevan al límite la credulidad, desde que viaja a Chernóbil para investigar el accidente, sin que nadie la invite, hasta que se presenta ante Mijaíl Gorbachov en el Kremlin poco después.
Los productores mencionan que Khomyuk fue un personaje compuesto, creado para representar a todos los científicos que ayudaron a investigar el desastre. «Supongo que eso está bien. Pero gran parte del resto de Chernobyl también recibió el tratamiento simplista de Hollywood», alegó el periodista.
Sí hubo bomberos valientes y desafortunados que desconocían los peligros de la radiación a la que se encontraron expuestos, aunque nadie escaló los escombros del reactor, como lo hacen en la serie, sino que estaban trabajando en el techo para evitar que los incendios se extendieran a la Unidad 3, que quedó intacta.
También existieron los mineros osados y determinados que llegaron a excavar bajo el reactor para detener el colapso, desnudándose para realizar el trabajo. La miniserie no lo dice, pero ese trabajo al final no sirvió para nada. Fueron reales los pilotos de helicópteros, que se arriesgaron a enfermarse por la radiación para dejar caer sus cargamentos de plomo, boro y arena sobre el reactor, aunque uno de los helicópteros sí se estrelló y su tripulación murió, ese accidente sucedió meses después, y la radiación no tuvo nada que ver.
Sin embargo, al final, no importa nada de esto, debido a que la miniserie retrata una verdad básica: el desastre de Chernóbil tuvo más que ver con mentiras, engaños y un sistema político putrefacto que con ingeniería deficiente o gestión y capacitación mediocres; o, por ende, que con la cuestión de si la energía nuclear es inherentemente mala o buena.
Con todo, la manera en que la serie llega a su verdad es menos importante que el hecho de que llegue a esa conclusión. Los espectadores pueden terminar de ver Chernobyl y darse cuenta de que, juntas, las personas y las máquinas pueden hacer cosas espantosas, como crear una catástrofe nuclear histórica. Si también terminan entendiendo que, en este caso, el resultado fue más culpa del gobierno y sus burócratas, sean o no apparatchiks, qué mejor.