Al menos una docena de concesionarios ofrecen en Caracas vehículos modernos, después de la sequía automotriz que entre 2015 y 2018 dejó al país sin producción local, brindando así más opciones a los que se pueden permitir un desembolso de varios miles de dólares.
Ahora, con la parcial apertura gubernamental y cuando la mayoría de las transacciones se hacen en dólares, el brillo de los autos nuevos ha vuelto a destellar en estas tiendas que manejan precios entre los 20.000 y los 100.000 dólares por unidad.
Comprar un vehículo nuevo, comer en un restaurante de lujo, viajar al exterior y otros pequeños placeres son posibles en Venezuela, pero solo para un 5% de la población, alrededor de 1.500.000 personas que viven en su burbuja, ajenos a la austeridad y la miseria que sufre la gran mayoría.
Estos afortunados burlan los embates de una crisis que ya ha obligado a cinco millones de venezolanos a huir en los últimos años y que ha dejado al resto con menos de 50 dólares al mes, con una vida de privaciones y necesidades básicas insatisfechas.
Se trata, según el analista Henkel García, de un «fenómeno nuevo» en el que algo más del 5% de la población disfruta de la flexibilización de los controles gubernamentales sobre la economía y muestra «signos» de una recuperación que no es generalizada ni lo será hasta que se tomen otros correctivos.
– Los anónimos –
Concesionarios que pasaron años cerrados y ahora están abarrotados de vehículos de alta gama, restaurantes de comida internacional o tiendas de moda de firmas exclusivas son algunos de los espacios naturales para quienes viven en la burbuja, sitios en los que la privacidad es obligatoria.
Como si se tratara de una logia, es difícil conocer a ese 5 %, pero su presencia y proliferación es innegable, especialmente en Caracas, donde la burbuja es más fuerte por ser la única región del país exenta de fallos eléctricos o escasez de gasolina.
Por ejemplo, solo el año pasado se abrieron en la capital venezolana decenas de «bodegones», como llaman en el país a las tiendas que venden principalmente productos importados y en las que los precios son más caros que en cualquier supermercado.
Allí, un kilo de harina de maíz precocido, que en Venezuela se consumen millones a diario, cuesta casi el doble de su precio regular, pero los clientes prefieren pagar más porque son «apurados de la clase media que no quieren hacer colas en los supermercados», dijo a Efe un propietario de un bodegón que pidió el anonimato.
Aunque el país ya no registra largas colas en supermercados, pues la escasez de alimentos se alivió con importaciones y una parcial liberación de precios, ese 5 % prefiere acudir a bodegones para conseguir variedad y comprar manjares que no hay en los abastos y que a cualquier obrero le costaría el salario de un año.
– Burbuja sobre ruedas –
«El número de venezolanos que tiene eso ahorrado es bien pequeño», precisa García, para quien el despertar del mercado automotriz es «reducido» e ínfimo en comparación con cualquier país de Suramérica.
El director de la firma Econométrica atribuye a la flexibilidad económica el surgimiento de esta burbuja que, adelanta, crecerá un poco en 2020 y marcará más el contraste entre quienes flotan y los millones para los que el país con las mayores reservas de petróleo sigue siendo «invivible».
– Los excluidos –
Fuera de la burbuja, la mayoría de venezolanos es consciente de la existencia de esa nueva élite cuyos hábitos de consumo, normales de la clase media o alta, son vistos como extravagancias en un país que atraviesa su más severa contracción económica: el PIB de hoy es un tercio de lo que fue en 2013.
Sin saber los precios de los vehículos o sin haber entrado nunca a un bodegón, los excluidos de la pequeña recuperación económica sueñan con obtener un poco más de dinero, 100 dólares tal vez, para darse un «lujo» como un par de zapatos nuevos o unas cremas de cuidado personal.
Ese es el caso de la economista Diosa Rodríguez, de 72 años, a quien le llama la atención la proliferación de bodegones «en un país donde el salario mínimo es de 250.000 bolívares» (unos tres dólares), comenta a Efe.
Desde otra acera en el este de Caracas, el motorista Luis Contreras, de 51 años, calcula que con 500 dólares podría «vivir tranquilo». Ese monto, cree, le permitiría hacerse su propia burbuja, una más modesta sin duda.
«Aquí lamentablemente no son todos los que tienen plata», lamenta.
Actuales miembros de la burbuja, explica García, corren el riesgo de ser excluidos de esa atmósfera de privilegios debido a un esperado encarecimiento de los servicios, un ítem que, aunque deficiente, es muy barato gracias a subsidios del Estado.
Entonces, ¿cuánto cuesta la membresía de esa burbuja? El director de Econométrica estima que unos 500 dólares mensuales para un venezolano soltero, sano y sin hijos. Si se trata de una familia, o de una persona con gastos médicos entonces la cuota pasa de los 1.000 dólares mensuales.
Mientras tanto, al menos seis millones de personas devengan cinco o seis dólares mensuales.