Es posible que la única industria que funciona a toda capacidad en Venezuela sea la imprenta de la Casa de la Moneda en Maracay, capital del Estado de Aragua (centro del país). Mientras las expropiaciones o la falta de insumos e inversiones diezmaron el parque industrial del país, la empresa del Estado, dependiente del Banco Central de Venezuela, no se da abasto. Y todavía así, los venezolanos se están quedando cortos de billetes, según lo reseña elpais.com
¿Qué está ocurriendo? El estallido de los precios a ritmo de hiperinflación hace necesario disponer de un monto cada vez mayor de dinero en la cartera para comprar bienes y servicio de consumo diario. Pero, a la vez, el portafolio de billetes disponibles –por decisión del Gobierno, adoptada a finales del año pasado- sigue siendo el mismo, a pesar de los embates de la inflación y la devaluación. El billete de mayor denominación, de 100 bolívares, equivale a 14 céntimos de dólar estadounidense al cambio del mercado negro. Un diario de papel, por ejemplo, cuesta 200 bolívares; un kilo de patatas, 300. El comercio electrónico es una alternativa, pero apenas una pequeña parte de la población venezolana está bancarizada. Todavía gran parte de las transacciones diarias se hacen en efectivo.
Los Gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro se aseguraron el control de la máquina de hacer dinero mediante consecutivas modificaciones de la Ley del Banco Central. El ente emisor, convertido en un apéndice del Ejecutivo, sigue inyectando dinero al mercado por motivos políticos: se calcula que entre enero y mayo de este año la liquidez aumentó casi 13%, el doble que en el mismo periodo del año anterior. La impresión de dinero continúa para financiar el gigantesco déficit del Estado —sobre todo, de la petrolera estatal Pdvsa— y los programas asistencialistas.
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