La del venezolano es una alimentación de sobrevivencia (Imágenes)

Los testimonios son desoladores: la clase media ha disminuido su ingesta, mientras que los sectores más empobrecidos han prescindido de las carnes. Las cifras, oficiales y de instituciones privadas y académicas, refrendan la situación: el bolsillo no resiste una inflación de más de 200% en los alimentos

Son las tres y treinta de la tarde de un jueves de noviembre y del Central Madeirense del Centro Comercial Catia, en Caracas, la gente sólo sale con bolsas de papel sanitario. Raiza Amaiz, en sus cincuenta, lleva un paquete de 12 rollos y nada de comida. Lo que traía de dinero sólo le alcanzaba para estos productos.

“¿Usted sabe cuántos higaditos de pollo me dieron por 200 Bs.? ¡Sólo 8! Me dio tanta rabia que me provocaba echárselos a los perros”, comenta la mujer a una vecina que se encuentra a las afueras del supermercado.

Al final, claro, se los comió. Esos ‘higaditos’ fueron el último alimento proteico que había consumido Amaiz esa semana. Al Mercal que frecuenta, único sitio en donde puede comprar a un precio asequible para sus ingresos, no llegan pollos enteros -o palomitas, como les dice por el tamaño- desde hace un mes. “Comeremos papas, no sé, cualquier cosa”, dice quien sabe que este se convirtió en otro elemento que descarta de su alimentación.

Cuenta Amaiz que las proteínas, ya sea en forma de carne de res o pollo, apenas las consume dos veces por semana. Hace dos años podía hacerlo todos los días. Ahora, el costo de las mismas no le deja. Tampoco come ensaladas, porque el alto precio del tomate y del pimentón no puede costearlo con lo poco que gana lavando y planchando para sus familiares y vecinos. Sus desayunos, que antes acompañaba con tocineta o chorizo, hoy consisten en una arepa con margarina… todos los días.

que come clase baja

Horas antes, Ana Camargo hacía una cola de cincuenta personas para comprar unas canillas en la panadería socialista del Boulevard de Catia. Todos los días se traslada desde el barrio El Limón, en la autopista Caracas-La Guaira, para poder adquirir lo que será parte de su almuerzo y cena. Sus testimonios son muy similares a los de Amaiz: su desayuno suele ser una arepa con margarina, porque si hay queso, se lo dejan a su nieto de seis años. La ingesta de carne o pollo se ha reducido tanto en su casa que ni siquiera se atreve a afirmar que los come, por lo menos, una vez a la semana. Los prueba sólo “si se consiguen”. Al mediodía, los seis miembros de su familia deben conformarse con almorzar un plátano o una papa sancochada. Nada más. No hay plata.

Una semana atrás, del otro lado de la ciudad, frente al Unicasa del Unicentro El Marqués, José Medina, en sus setenta, confesaba que el pabellón criollo -platillo frecuente en su almuerzo- había desaparecido de su dieta. “Ahora uno se come una carnita y un arroz. Lo que se pueda. A veces como, a veces no”, decía el hombre de sombrero que vive en Petare y que lleva un año probando un alimento como el jamón únicamente cuando compra una empanada. Es que de su hogar, el jamón también se esfumó.

A María Marcano, de Petare, le ha funcionado cambiar las carnes y el pollo por las sardinas. “Y las frescas -dice- porque las de lata no se pueden comprar”. No ha conseguido ni garbanzos, ni lentejas, ni caraotas últimamente. Afirma que los tiene aún en su alacena los adquirió meses atrás. “Si los veo en más de 1.000 bolívares, no los voy a comprar, no puedo”, afirma. El queso tampoco se lo lleva. Tiene dos semana sin hacerlo cuando hace cinco meses no faltaba en su mesa.

El derecho vulnerado

Los hábitos alimenticios del venezolano han cambiado drásticamente y las colas de los supermercados son testigos de lo sucedido. Es allí donde los consumidores se quejan y confiesan, añoran lo que podían comprar en 2012 y resienten que deban esperar horas para poder adquirir, a un valor que sí pueden cubrir, lo que van a comer ellos y los suyos.

“El venezolano está sobreviviendo en su alimentación”, sentencia Maritza Landaeta-Jiménez, coordinadora de Investigación y Docencia en la Fundación Bengoa. Esa sobrevivencia se manifiesta en la necesidad de consumir productos ricos en calorías, como las grasas y los carbohidratos, que permiten mantener la energía requerida para moverse en el día, pero que no llenan los requerimientos de proteínas, minerales y vitaminas incluidos en una dieta balanceada. Así, a la institución donde trabaja le han llegado casos de personas que admiten que cenan con un vaso de agua con azúcar o que han cambiado la carne por mortadela.

En el país, continúa Landaeta-Jiménez, los ciudadanos están “sometidos a una violación del derecho a la alimentación” porque la oferta es cada vez más escasa y eso, además, impide que se pueda cumplir con la variedad que exigen las comidas equilibradas. Ese principio de disponibilidad, citado por la experta, fue suscrito por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el cual establece que la dieta del ser humano también debe ser estable, accesible, sostenible y adecuada.

derechoalimentacion_0512

Lo mismo, pero menos

La crisis  y sus efectos no son sólo un asunto de los sectores populares. La inflación en los alimentos, que de acuerdo con las estimaciones de la firma Ecoanalítica cerrará por encima de 200%, ha afectado a todos los estratos. Por eso no extraña que estudios oficiales como la Encuesta de Seguimiento al Consumo hayan reflejado en el primer semestre del año pasado la caída del consumo en todos los rubros. Ahora, la situación es mucho peor.

segconsumo2_051215

Los miembros de la clase media intentan comer lo mismo que en años anteriores, pero la mayoría admite que lo hacen en menor cantidad. También se aminora la frecuencia.

Una habitante de El Marqués, quien prefirió no dar su nombre, cuenta al salir del supermercado que el pescado que comía dos veces por semana, ahora lo prepara dos veces al mes. Sacó de su bolsa el queso amarillo y el jamón serrano, y este lleva como dos años sin comprarlo. Antes, desayunaba con sardinas, pastelitos, varios tipos de panes y queso, pero ahora todo cambió. “Si tienes queso en la nevera, lo comes hoy, mañana y pasado. Comes lo que haya. Así estamos muchos”, remata.

Una joven en Catia señala que en su casa, donde viven 10 personas, se cocinaba un hervido los fines de semana que hoy no se consume por falta de carne. En la nevera también están ausentes los ingredientes que permitan variar las ensaladas: la mixta de lechuga, tomate y cebolla es la que sirven casi todos los días. “Comemos poquito, pero sí se come”, apunta.

Esa misma afirmación la hace una mujer que espera, pacientemente, que en el Mercado de Catia vendan huevos en la tarde. Dice, por ejemplo, que para no dejar de comer pollo, disminuyeron las raciones. Si antes mordían una o dos piezas, ahora tienen que conformarse con la mitad de una: el muslo siempre se corta en dos.

Sobre esto último, la coordinadora de Investigación y Docencia de la Fundación Bengoa recalca que la idea de rendir las proteínas en las comidas se ha reforzados en la clase media y baja. “El kilo de carne molida no se come sólo. Se rinde con pasta, arroz. Por lo tanto, la cantidad de proteínas que se recibe es menor, es muy poca. De los 120 gramos que debe tener una ración, se consumen apenas 20”, indica.

que come clase media

Misiones para todos

Una docente que hace una cola para comprar papel sanitario en Catia se queja por haberse visto obligada a eliminar las frutas de su cesta, que hoy día apenas tiene limones y guayaba. Las hortalizas las compra pese a su precio y los huevos debe adquirirlos porque “peor es nada”. Le pesa invertir horas de su tiempo para poder llevar algo a su casa y más aún tener que comprar en Mercal, a donde antes no se asomaba.

El dato de Mercal lo refiere Landaeta-Jimenez al hablar de los más recientes datos de la Encuesta Condiciones de Vida del Venezolano (Encovi 2015), que arrojó que este año se registró un repunte en la cantidad de beneficiados de las misiones de alimentación del gobierno (Mercal, Pdval, Abastos Bicentenarios). En doce meses se pasó de poco menos de dos millones de usuarios a más de 6 millones quinientos mil compradores. La escasez y el golpeado poder adquisitivo han empujado a la clase media a asistir a las jornadas que antes sólo eran para los sectores más empobrecidos.

misiones2014_051215

Landaeta-Jiménez critica que las jornadas de Mercal no se planifiquen con la intención de cubrir los alimentos básicos y tradicionales del venezolano. “Si el gobierno tuviera una política orientada a la alimentación, se aseguraría el acceso a la leche, el aceite, el pollo, las leguminosas, la harina de maíz, los tubérculos y las frutas tradicionales en estación”, comenta.

Cifras extraoficiales recogidas por la Fundación Bengoa apuntan que de las 2.300 calorías que ingiere el venezolano cada día, se pasó a unas 800, sobre todo en las zonas rurales o en los barrios más deprimidos de las ciudades. Ese déficit no solamente resta energía, sino que también crea el riesgo de enfermedades.Parásitos y diarreas, añade Landaeta-Jiménez, ya pueden verse con frecuencia en los barrios, así como las caras pálidas y anémicas en el Metro. Todo es secuela de la mala calidad de la ingesta. El agua, por si fuera poco, cada vez llega en peor estado a las casas.

@loremelendez/Runrunes