En una luminosa tarde londinense, Novak Djokovic volvió a saborear la hierba. Tres años después de su ya penúltima victoria en Wimbledon, transcurridos dos cursos desde que ganó en Roland Garros su último Grand Slam, el serbio conquistó su cuarto título en la Catedral, el decimotercero en su cuenta de majors.
Se impuso en dos horas y 19 minutos a Kevin Anderson, cuya tardía e infructuosa reacción le impidió presentar mayor resistencia. Tuvo cinco pelotas para llevar el partido a un cuarto set, pero, siempre atento, metido en faena, el jugador serbio, que el lunes regresará al top ten las dejó en nada y se proyectó hacia el éxito que tanto tiempo llevaba esperando. El 68º título de su carrera es también el primero desde que hace más de un año ganase el modesto torneo de Eastbourne. Superado un tiempo difícil, en el que despertó las lógicas dudas sobre su posibilidad de regresar a la élite, Djokovic proclama ante el mundo que está de vuelta y que habrá que contar con él para los mayores desafíos.
Emocionado ante los aplausos de su hijo Stefan, conducidos por su esposa Jelena desde la tribuna, Nole dirigió un discurso elegante y deportivo hacia su rival desde el centro de la cancha antes de expresar su gratitud a todos los suyos. «Tenía que confiar en mí. Quiero agradecer a mi equipo y a toda la gente que me apoyó en todo este tiempo. No hay mejor lugar en el mundo para hacer realidad mi vuelta. Esto es muy, muy especial».
Rotura de inicio
Era tal el deseo de la grada de disfrutar de una final con algo de gancho que hasta algunos de sus errores se celebraron con un clamor cercano al de un gol de Inglaterra en el Mundial de fútbol. Anderson, que fue atendido en el brazo derecho a la conclusión del primer set, vagaba por la pista como un alma en pena. Transmitía la impresión de no haberse recuperado aún del castigo físico y emocional de las seis horas y 35 minutos de la semifinal del viernes ante Isner. Puestos a esgrimir argumentos alrededor de la fatiga, tampoco le faltaban a su adversario, que terminó un día después su partido ante Nadal, cinco horas y cuarto con mucho más tenis de por medio. Por una u otra razón, el partido perdió gas desde el descorche, con la doble falta de Anderson que le costó su servicio en el primer juego, un bien muy preciado para quien se presenta con el intimidatorio saldo de 172 aces a lo largo del torneo.
Impertérrito, sin levantar el pie pese a la sucesión de errores del sudafricano, Djokovic cumplimentaba el formulario que iba a conducirle a la victoria salvo que mediase una catástrofe. En una tarde de calor mediterráneo en Londres, el paso del tiempo no hacía más que agregar relevancia a la inolvidable confrontación ante Nadal, el auténtico pasaporte para entablar otra vez relaciones con la aristocracia de la raqueta. El trabajo más difícil ya estaba hecho y, además, al Anderson que se encontró en esta ocasión le pesaba mucho más la responsabilidad de su segunda final del Grand Slam que al que tuvo enfrente hace tres años en los octavos de este mismo torneo, en una disputa sólo resuelta con el 7-5 del quinto set.
Cinco pelotas de set
Tras consentir con su saque hasta en cuatro ocasiones en los dos primeros parciales, el sudafricano restableció el orden en el tercero, que respondió mejor a la construcción de la final en el imaginario colectivo. Con el precedente de su reacción ante Federer en cuartos, tras estar dos sets abajo y con punto de partido en contra, Djokovic tenía claro que no dejaría margen para la distracción. Le había costado casi dos años volver a la final de un torneo del Grand Slam y la definitiva reconstrucción de su tenis pasaba por coronarse de nuevo en el All England Club.
Celebró con el grito de júbilo que correspondía salvar una amenaza de break con 4-3 abajo, trance siempre delicado cuando tienes enfrente a un ejecutor de 2,03 metros. Anderson había elevado su porcentaje de acierto con el saque, lo cual le permitía sostenerse en el partido, superado el desalentador balance de los dos primeros sets. Djokovic, por el contrario, tuvo su cuota de sufrimiento por los problemas con el servicio: con 5-4 abajo cometió dos dobles faltas que le situaron frente a dos puntos de sets adversos. El sudafricano dispuso de otros tres puntos de set antes de un desempate que supuso el despertar de Nole. Nadie le iba a arrebatar esta copa. El tenis le estaba esperando.