Real Madrid a por la catorce, el conjunto merengue remontó y pasó a la final de la Champions

Vinicius y Benzema

El Real Madrid ha remontado con doble de Rodrygo entrando como revulsivo en los minutos finales del partido, forzó el alargue y un penalti convertido por Benzema le dio el 3-1 y la final a los merengues.

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El Madrid llega a la prórroga con un gol en el último minuto y otro en el descuento y mata al City en el tiempo extra. Los blancos estarán en París tras otro partido histórico.

No hay quien se resista el poder de destrucción del Bernabéu, quizá porque no es de este mundo. Como el PSG, como el Chelsea, como tantos antes y como tantos que vendrán, el Mánchester City, Guardiola y todo el lujo asiático que les rodea se derritieron ante un Madrid feroz, eterno resucitado, en permanente desafío a la Ley de Murphy: aquí la tostada cae del lado de la mantequilla menos que en ningún otro lugar. “En este estadio pasa algo”, se le ha escuchado repetidamente a Butragueño, obrador y portavoz de milagros. Pasa mucho, habría que añadir. Y pasó también esta vez rizando el rizo para llevar al Madrid a otra final de su Copa.

Aun en casa, aun agigantado por un estadio en erupción, aun exigido por la desventaja de la ida, el Madrid se perdonó el tercer punta, Rodrygo, para abrigarse con un cuarto centrocampista, Valverde. Fue una confesión implícita a posteriori de Ancelotti: se pasó de optimista en el Etihad. Guardiola, en cambio, mejoró el plan: el mismo frente de ataque y los dos laterales titulares que le faltaron en la ida. Ni un paso atrás. En definitiva, la misma idea pero un partido distinto. El Madrid hizo su primera falta en el Etihad a los 40 minutos. En el Bernabéu, Carvajal la cometió a los 18 segundos. Eso pedía el Bernabéu y eso pedía la eliminatoria: el punto de agresividad que le faltó al Madrid en Mánchester.

Por muy emotivos que resulten, los intentos de remontada tienen un manual de instrucciones, que el Madrid procuró seguir al pie de la letra. De salida le quitó la iniciativa al City, un conquistador a su manera: no zarandea pero somete. Y dejó alguna huella en el área de Ederson. Dos remates de Benzema, concretamente, sin ninguna puntería, una rareza en lo que llevamos de temporada. El City jugaba con el tiempo y se ponía en manos de De Bruyne, ese belga al uno se encuentra en cualquier parte del campo. Suyo fue su primer disparo: un zurdazo potente sin ninguna colocación. Y suyo fue el primer pase decisivo, a Bernardo Silva, su mejor socio para casi todo, que se encontró con el Courtois impenetrable de todo el año.

Walker y Vinicius

Esas dos acciones de De Bruyne marcaron el primer cambio de viento del duelo. El City apretó arriba y enfrió el entusiasmo general del Madrid. Esa patente sí es de Guardiola, conseguir que un grupo de virtuosos se convierta en una manada de recuperadores. Aquí le ha llevado seis años y al jeque le ha costado mil millones.

En cualquier caso, el partido tenía poco que ver con el del Etihad, aquella juerga que se vivió en las dos áreas. El Madrid se protegía mejor y el City había tomado nota de sus desatenciones en el repliegue, pero a los dos les faltaba algo. Y además, Walker no le pasaba una a Vinicius con dos armas poderosísimas: la velocidad y la veteranía. Supo cuándo esprintarle y cuándo esperarle.

El partido se marchó al descanso sin dueño. Fue y vino, pero no acabó de romper, porque el Madrid seguía contenido y porque el City andaba con la mosca tras la oreja en un escenario tan propenso a lo sobrenatural. Algo debía olerse.

La segunda mitad comenzó con un fogonazo y un lamento. El saque de centro acabó en un centro de Carvajal que Vinicius, con Ederson vencido, echó fuera. Todo sucedió en diez segundos y terminó mal, pero ese ataque relámpago le recordó al Madrid que podía. Una lástima que los minutos de efervescencia se quedaron en el casi. Todo empezó o terminó en Vinicius, esa tormenta que se desata sin previo aviso. A él se le fueron dos controles cuando tenía el dedo en el gatillo. Lo mismo le sucedió a Modric, que no se atrevió a rematar de primeras un buen envío del brasileño. A Walker, de pronto, se le había venido Vinicius encima. Cuando le cambiaron debió sentirse aliviado.

Lo imposible

El City empezaba a utilizar la pelota en defensa propia, quemando pases y minutos casi a la misma velocidad. Era la hora del 4-3-3 y de Rodrygo, una perturbación en la derecha, pero el momento del Madrid parecía haber pasado.

Un descuido en el centro del campo blanco le abrió un pasillo enorme a Bernardo Silva, el jefe del partido. Atrajo la atención de todos y acabó abriendo el pase a Mahrez y este fusiló de zurda a Courtois. Ancelotti lo intentó con lo poco que le quedaba, Asensio y Camavinga. En el campo ya no estaban Kroos ni Modric, banderas de una generación que empieza a marcharse gloriosamente. Y entonces, más tarde que nunca, lo paranormal volvió a ser normal. Mendy salvó un tanto de Grealish sobre la línea y en tres minutos Rodrygo metió dos goles y pudo hacer el tercero. Aquel City inquebrantable saltaba hecho pedazos, víctima de un fenómeno tan repetido como inexplicable. El estadio empezaba a levitar camino de una prórroga que pillaba al City sin De Bruyne, Mahrez y Gabriel Jesus. Guardiola se había visto ganador antes de tiempo, pecado capital en este estadio.

Achicharrado por la situación, Ruben Dias le hizo un penalti a Benzema que este transformó. Por primera vez el Madrid estaba delante en la eliminatoria a lomos de Camavinga, la caballería ligera, el héroe del arreón final. El resto fue convencimiento, resistencia y suerte (aún no sabe Fernandinho cómo se le fue un gol a puerta vacía). De ese material están hechas las remontadas. De ese material está hecho el Madrid, eternamente finalista.

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