La Real Sociedad vuelve a disputar una final de la Copa del Rey luego de 32 años, ha ganado en Anduva 0-1 al Mirandés y espera a mañana a conocer su rival.
La Real, la de Arconada, Zamora, López Ufarte o Satrústegui, vuelve a una final de Copa, un territorio que no explora desde 1988. En un espacio mágico, en Anduva, un primo pequeño de Anfield, el equipo de Imanol Alguacil ofició de equipo serio sin concesiones ante un rival ejemplar, un Mirandés que se ha ganado un hueco en el recuerdo de la afición al fútbol.
El Mirandés, que ha desparramado una tonelada de entusiasmo en la Copa, no pudo arañar a una Real que mezcló el sudor con el arte. El equipo de matrícula de Andoni Iraola no permite el rondo, el toque con el que los de Imanol, un grupo que vive de la inspiración, exhiben su fútbol de jet-set en LaLiga.
Los de Iraola no perdieron tiempo. Desde el primer minuto enchufaron la batidora, la receta con la que destartalaron a Celta, Sevilla y Villarreal. En cada balón se jugaban la historia, ser el primer equipo de Segunda que llegaba a la final desde 1980. Con esa carga no es sencillo operar en el césped. La fórmula incluía balones largos a Matheus y a esperar que la pierna izquierda de Merquelanz diera a balón parado algún susto. Fue poco para desbaratar el ejercicio donostiarra.
En ese panorama no había huecos para que Merino y Odegaard, capaces de hacer juego en un microchip, se enchufaran al partido. A la Real le sobran tipos con ingenio. Por las bandas, Oyarzabal y Januzaj, encontraban un roto en la guarida local. El belga no parece el que empezó la temporada. De estar en el mercado por su indolencia ha pasado a creerse lo que es, un futbolista de categoría.
Un gol y un golpe
Delante de ellos, Imanol eligió a Willian José, de hombre boya, que se ha reenganchado al equipo después de su amago de adiós. Se jugaba más a lo que quería el Mirandés, un torbellino de piernas, que a lo que deseaba una Real entera sin despistes.
Así iba el partido, con balones por los rascacielos, hasta que en una internada de Zaldua el francés Malsa metió una mano innecesaria para cortar el centro. Oyarzabal, que no conoce la palabra nerviosismo, transformó el penalti, una prueba montañosa para los marines del Mirandés.
Con el marcador vivo, la respuesta local no llega y fue otra vez Januzaj, un jugador con unos tobillos que piensan, el que rozó el gol en un remate de pelotero al larguero. El belga, con una fantasía inagotable, empezaba a hartar a los rivales. Con el partido medio roto se abrían huecos en el césped para los futbolistas de más calidad. El Mirandés buscaba el penúltimo milagro, mientras que la Real, con la fiesta en la espinillera, nunca se descompuso a pesar de que se inició un rato de golpes innecesarios.
Anduva sólo podía despedir a los suyos como lo que son, unos héroes de carne y barro. Los de Imanol, después de un torneo brutal, tras haber eliminado al Madrid a partido único, se instalan en una final de Copa tras tomar Anduva. Les toca esperar rival. 32 años han merecido la pena.