La Liga: Real Madrid golea al Villarreal y es líder a la espera de lo que haga el Girona

El equipo de Ancelotti empieza a dejar atrás a Barça y Atlético tras un gran partido ante el Villarreal. Bellingham vuelve a marcar y Brahim deja un golazo. Lesión posiblemente grave de Alaba. También se rompieron Baena y Gerard Moreno.

Conforme se llena la enfermería, crece la seguridad del Madrid, líder al menos por una noche. Y el asunto tiene una explicación sencilla. Todo es infinitamente mejor que el año pasado: los que estaban, los que han llegado y, especialmente, el banquillo. La distancia entre titulares y suplentes se ha reducido al mínimo. Al primer grupo pertenecen Kroos y Modric, en versión pentacampeones, Rüdiger y un Rodrygo maduro y feliz. El segundo es monotemático, Bellingham, que además de bueno resulta contagioso. En el tercero entran Lunin, Cenicienta que se ha ganado seguir en la carroza; Joselu, el suplente (esta vez lo fue) de los ocho goles, y Brahim, uno de esos delanteros intrépidos que ha venido a por todas a esta plaza. Todos compusieron un recital blanco con una cara muy oscura: las lesiones de Álex Baena, Gerard Moreno y Alaba. El austriaco se quebró la rodilla y se fue sin poder apoyarla. Ahí el Madrid queda a la intemperie. El Villarreal fue poca cosa, más allá del gol de Morales, quinto que le hace al Madrid. Demasiadas ventas, demasiados entrenadores, demasiadas bajas. Marcelino tiene trabajo.

Los sucesos del sábado, todos favorables, pusieron al Madrid en modo escapada. Al equipo y al público, que empezó con mejor humor de lo habitual, muy cerca de las noches europeas, siempre fiesta mayor. Así quedó un inicio muy blanco, con mejores sensaciones que oportunidades: una buena primera presión, estupendas aperturas a las bandas y constantes acometidas de Rodrygo desde ese perfil sigiloso que le acompaña. La fanfarria es cosa de Vinicius.

Aquella brisa fue luego a más. Marcelino es un chute de adrenalina, una garantía de mejora rápida. Lo de duradera, según los casos. Pero a los equipos trae garra y método, una presión media-baja, un equipo corto y estrecho, estructura que ayuda al equilibrio, un 4-4-2 puro y una progresión rápida sin balón, con preámbulos mínimos. La pelota no le obsesiona, la verticalidad sí. Nada de eso se vio en el Bernabéu, más allá de un ratito corto de Ilias, que hace menos ruido que Chukwueze, pero dejó una buena impresión.

Demasiadas lesiones

El Submarino fue protegiéndose como pudo de un Madrid expansivo hasta que Bellingham le bajó el periscopio. El asunto se planeó en la derecha, con la enésima subida de Lucas Vázquez, se puso en marcha desde el centro, con envío preciso y con efecto de Modric, y se cerró en la izquierda, donde apareció el inglés para meter un cabezazo picado que la discutible estirada de Jorgensen hizo imparable. Atrévanse a decirle a un tipo que ha hecho 17 goles en poco más de un otoño que no es un nueve.

La desdicha no vino sola para el Villarreal. De inmediato tuvo que marcharse su mejor futbolista, Álex Baena, lesionado tras un pisotón de Lucas Vázquez. Antes había soportado el silbido permanente del Bernabéu por lo sucedido el curso pasado, aquella tarde en que se rompieron las sagradas escrituras del fútbol, que recomiendan no sacar del campo lo que en el campo sucede. Ese día la cosa llegó al parking del estadio, a una comisaría de Castellón, a un comité disciplinario de la RFEF y a un juzgado de instrucción, que acabó pitando el final del partido.

Todo soplaba ya a favor del Madrid, que se sobrepuso incluso a la lesión de mal pronóstico que sufrió Alaba, al que se le quedaron clavados la rodilla izquierda en el césped y el pánico en el rostro. Ahora sí que parece inevitable acudir al mercado.

El segundo gol apaciguó la conmoción. Este tuvo menos gracia. Una pelota se perdió en el área, Lucas Vázquez la tocó sin tener la conciencia de que estaba dando una asistencia y Rodrygo fusiló a Jorgensen. El línea levantó la bandera confundido por el puré de defensores y atacantes. El VAR le corrigió después de un minucioso estudio de una jugada transparente para el ojo humano: el brasileño estaba un metro habilitado.

El Madrid andaba ya en modo festival, con la seguridad de que Kroos y Modric pueden seguir cabalgando juntos sin romper nada porque la actividad cerebral y la capacidad pulmonar son tanto monta, monta tanto en el fútbol. Antes del descanso el Villarreal perdía también por lesión a su segunda figura, Gerard Moreno, y completaba su vaciado. También a Roig le aguarda el mercado. Un partido en el que nadie había pegado un solo tiro se cobraba ya tres víctimas.

Brahim anima la fiesta

Todo parecía decidido cuando el Villarreal marcó en una jugada tantas veces ensayada en los equipos de Marcelino. Salida rápida y gol en tres actos: Parejo, en el pase que lo aclaró todo, Terrats y Morales, el comandante de la nueva era (ocho goles en ocho partidos con el nuevo técnico), que superó a Lunin. En cierto modo, el Madrid volvía a Berlín: superioridad manifesta y marcador inexplicablemente apretado.

Y entonces llegó la jugada del partido de otro futbolista inesperado. De espaldas, Brahim dejó fuera de escena a Mendi con un truco de magia, avanzó como una flecha, se sacó de encima a Cuenca con un quiebro y colocó su disparo junto a un palo. Un gol que lo tuvo todo: picardía, velocidad, pausa y colocación. La confirmación de que ahí hay algo más que un gran suplente.

La cosa le iba tan bien al Madrid que a Rodrygo le hicieron un penalti y nadie tuvo que tirarlo porque Modric siguió la jugada y marcó el cuarto. Rüdiger hizo lo que le hubiera gustado hacer al Bernabéu: alzar al cielo al croata. Ancelotti quitó a Bellingham, para el que no hay minutos inútiles: un calentón le ponía en peligro de lesión o expulsión. La ovación que le dedicó el público fue el colorín colorado para un equipo que, abrazado al Girona, ya está en fuga. Endrick debió pasarlo en grande.