El Madrid gana en Anoeta con dos penaltis a una Real superior que estrelló tres remates en los palos. Brahim fue titular y se lesionó.
Fue un triunfo tan útil como tan poco tranquilizador. El Madrid alcanzó penosamente la orilla agarrado a la madera, la que condenó a una Real superior en ambición, intensidad y juego. Tres disparos estrelló en los palos el equipo de Imanol ante el de Ancelotti, que atacó poco, defendió mal y se salvó por dos penaltis inconscientes cometidos por Sergio Gómez y Aramburu. El primero lo mandó a la red Vinicius y el segundo lo provocó él, pero anduvo mal en juego y peor en urbanidad. Dio la impresión de que ha perdido hasta el último recurso: la obstinación. Mejor anduvieron Mbappé, poco auxiliado, y Carvajal, Modric y Valverde, la resistencia de un equipo a medio hacer frente a un adversario cuyo esfuerzo quedó muy mal pagado.
El asunto venía cociéndose desde la pretemporada hasta que, en Anoeta, Brahim pasó de amenaza a relevo de Rodrygo. La explicación del Virus FIFA difícilmente cuela. Si se atiende a la participación internacional, el malagueño también jugó dos partidos con Marruecos. Si se atiende a la paliza transoceánica, Vinicius tuvo los mismos viajes y más minutos. A Rodrygo, de talento innegable, le falta una condición imprescindible para confirmarse en un grande: jugar bien todos los días y en todos los campos. A ratos es sólido, con apariciones providenciales, y a ratos se evapora. El volantazo se quedó pronto en nada: a los 24 minutos Brahim dejó su sitió al brasileño, de nuevo insustancial, con un aductor averiado. El Madrid es un hospital de campaña.
De salida, el equipo blanco, a cuenta de las ausencias, hubo de improvisar, de agruparse en una especie de 4-2-2-2, con dos ordenadores, Valverde y Modric, dos creadores, Güler y Brahim, y dos estoques, Mbappé y Vinicius. Una asimetría obligada con jugadores que llegaban con el fútbol de selección en la mochila. También tuvo que improvisar Imanol, que con Oyarzabal muy tocado, cambió ese medio nueve por un nueve mayúsculo, Sadiq, fichaje caro de gran zancada y nula habilidad, y colocó a Sergio Gómez como tercer centrocampista, con Kubo y Becker, abiertos a derecha e izquierda.
Con ese once y la ambición que esperaba su público, la Real recibió al Madrid con un inicio cantábrico: intensidad, presión expansiva y mucho oleaje sobre el área de Courtois, que a los 2′ ya le había sacado un tiro lejano a Sergio Gómez. La zurda del ex del City fue el mapa blanquiazul, especialmente a balón parado.
Más madera
Apretarle la salida al Madrid se ha convertido en costumbre desde la retirada de Kroos, el pie dominante que deshacía esos nudos. En los primeros minutos, cuando aún no hay desgaste, es una estrategia de cierto éxito. Ya se vio en los cuatro partidos anteriores, a los que el Madrid, por pereza, estrategia o desorientación espaciotemporal, pareció entrar tarde. Luego se apresuró: en casa llegó a tiempo de cortar el cable, fuera no.
Si algo cambiaba respecto a lo visto hasta ahora era Mbappé, esos cuarenta goles extra que se ha comprado el Madrid. El francés se mostró dispuesto a abrir, por fin, fuego a discreción desde el comienzo. Su primer disparo, a pase de Brahim, lo rechazó Remiro con las piernas. La acción fue un chupinazo que abrió un breve periodo de dominio naranja, color mecánico que luce el Madrid esta temporada como segundo uniforme, interrumpido por la lesión de Brahim y un misil tremendo de Susic que devolvió el palo. El rebote fue lo único que pudo ver Courtois ante el asombroso zurdazo del croata.
En cualquier caso, el Madrid dirigido por Modric, en la brecha a una edad en que la mayoría graba documentales, había rebajado mucho el tono de la Real y andaba más cerca del gol. Lo tuvo Rüdiger, pero a su cabezazo a quemarropa respondió Remiro con la parada del choque. Antes del descanso, el partido enloquecía: larguerazo de Becker, remate excesivamente cruzado de Mbappé y tercer palo, de nuevo de Susic, este a vuelta del vestuario. Aquel ir y venir sacaba a la superficie que el Madrid defiende desastrosamente y que Vinicius, pescador de arrastre en situaciones así, no es inmune a la depresión.
Un castigo inmerecido
Lo cierto es que el Madrid empezó todavía peor en la segunda mitad, sálvense Valverde y el que pueda. Con Mbappé y Vinicius descolgadísimos arriba, el equipo braceaba para mantener un empate precario entregando la pelota hasta que engañó milagrosamente al marcador. Fue producto de un accidente por imprudencia temeraria de Sergio Gómez, que interceptó escandalosamente con la mano un remate de Arda Güler. Vinicius transformó la pena y mandó callar a Anoeta, un gesto poco edificante que debió ahorrarse.
El gol fue un hecho aislado, a espaldas de un partido que siguió dominando la Real, con un ataque de refresco (Barrenetxea y Oskarsson) y otro puñado de ocasiones, pero no era su día de suerte. En una segunda imprudencia, Aramburu pisó sin necesidad a Vinicius en el área cuando este ya había soltado el balón. Lo obvió Martínez Munuera, lo denunció desde el VAR Hernández Hernández, uno de esos árbitros sobre los que tanto sospecha el Madrid. Este penalti lo transformó Mbappé, por ese reparto de medallas implícitamente establecido. Hasta ahí llegó una Real superada por la estupefacción: difícilmente volverá a perder jugando así.