Los chicos del cholo Simeone han encontrado la forma de ganarle al FC Barcelona, 1-0 ha quedado el compromiso liguero en el Wanda Metropolitano.
Fue el Atlético mucho más equipo, pero incluso por ésas no sintió el pertinente alivio hasta el pitido final, a tiro de empate como estuvo el partido siempre, perjudicado el equipo local por unos cambios que dejan sobre el técnico la duda que no deja el resultado. Quizás aterrorizado ante la opción de ganar lo que nunca se ganaba, incluso Oblak olvidó muy al final que podía usar las manos para blocar lo que despejó de tal modo con los pies. Todo se daba por bien empleado. Desde lo azulgrana se ve negro, valga la paradoja. Los nueve puntos de distancia son lo de menos. Lo peor es lo que depare el diagnóstico de Piqué, perdido para la causa.
El fútbol es indescifrable, nos pongamos como nos pongamos. Moría el primer tiempo, tres minutos añadidos, con el Barcelona masajeando la pelota y sin nada que llevarse a la boca. O eso parecía. Porque de repente recuperó Hermoso, de repente habilitó Correa… y de repente Carrasco topó con que era a muchos metros de la portería donde debía medirse con un Ter Stegen que andaba de parranda, vaya usted a saber qué hacía ahí. Se deshizo de él con un lujo y marcó a puerta vacía para asombro de propios y extraños, convencido como andaba el personal de que al entreacto se llegaba sin goles.
Dembélé se había marchado de Carrasco en el arranque, para mostrar cuanto antes uno de los epicentros del negocio: el belga se ponía donde se hubiera puesto Saúl en caso de que Simeone hubiera contado con Herrera o Torreira, léase como carrilero para que un inmenso Hermoso fuera el tercer central. Por ahí iba a sufrir en defensa, por ahí iba a desplegarse en ataque. La jugada que inició este párrafo acabó en ocasión marrada por Griezmann, pero la respuesta rojiblanca fue prácticamente inmediata: zurda combada de Saúl a mayor gloria momentánea de Ter. El Metropolitano respiraba electricidad.
El Atlético quiere la pelota, porque tiene futbolistas para manejarla. Se hizo con ella, de hecho, y una combinación maravillosa al cuarto de hora estuvo a punto de abrir una lata que aún tardaría un rato en abrirse: comenzó por la izquierda para acabar por la derecha, por aquello de buscar el espacio, donde Correa encontró a Llorente para que el latigazo del 14 topara con el larguero. Del Barça apenas había más noticias que las generadas por Dembélé, desconocidos los del mediocampo, desconectados los de arriba con el galo (ese galo, que no el otro) como excepción para la regla.
Messi, por ejemplo, tardaría un mundo en aparecer. Antes, por cierto, hubo ración de neofútbol. Resultó que el del silbato había amonestado a Hermoso por una falta de Carrasco, resultó que los de la tecnología no encontraban modo de hacérselo saber porque debía fallar la comunicación. En casa del herrero, cuchillo de palo. Así que Munuera detuvo aquello para marcharse a la banda y buscar una solución a lo de los auriculares, primero, y a lo de la tarjeta, después. Definitivamente el 21 del Atlético iba a estar en todas. Amarilla para él. Luego todas caerían del mismo lado.
A Messi lo encontró Alba, quién si no. Con la zaga rojiblanca descolocada, de vez en cuando pasa, y sin que nadie entendiera conveniente atender al desmarque del argentino. Así que tuvo tiempo para pensarse lo que hacía, lo que resultó funesto para sus intereses. En lo que sí o en lo que no terminó disparando flojo, lo suficiente al menos para la poderosa mano de Oblak. El Barça había aseado algo su imagen en ese tramo final del primer tiempo, de hecho la pelota ya era suya. Pero la perdió al borde del final, con tiempo suficiente para que pasara lo que ya se relató, lo que Ter no querrá que se le recuerde. Gol. Ni de centro se llegó a sacar.
También por la defensa hay pruebas de que el Atlético ya no es lo que era: los centros laterales, por ejemplo, se defienden de aquella manera. La aparición rojiblanca tras el refrigerio había resultado de lo más aparente, rumiando el rival aún la diana concedida, pero al Barcelona le bastó para generar peligro con poner sendos servicios desde banda, ambos cabeceados por Lenglet, ambos blocados por Oblak. Justo después se rompió Piqué, al caerle encima Correa. Koke gobernaba, maravilloso otra vez, aunque la ausencia de referencias ofensivas impedía sentenciar un duelo que estuvo en el alero y que un cabezazo de Griezmann o un rebote a disparo de Sergi Roberto aún pudieron alterar. Pero todo llega. Aquí Diego Pablo, aquí la Liga…