El Atlético de Madrid ha dejado escapar dos puntos en su visita contra el Levante, se reparten los puntos en un gran duelo en el Ciutat de València.
El Atlético se quedó a medias en el partido de la jornada dos que se jugó entre la 23 y la 24. Cosas de los aplazamientos. Los de Simeone llevan desde el inicio en la punta de la clasificación y con dos ases guardados en la manga. En el Ciutat el primero se quedó en un punto. Esta vez no hubo Ángel. El fallo de Correa será la imagen del día. Es un fallo imposible, como los goles que suele marcar. Pero a su rescate llegó Oblak. Qué mano la del arquero. Qué barbaridad de parada a Clerc cuando ya quedaba poco para el fin. El punto es suyo.
El fútbol ofrece ocasiones que pueden marcar un partido… y vaya usted a saber si algo más. La maniobra colectiva ya había sido espléndida, pero la individual de Suárez para habilitarse el disparo estuvo a la altura de lo anterior. No se contaba con la tremenda mano de Aitor, que en todo caso apenas pudo dejar la pelota muerta para que la empujara Correa. Era gol o gol, pero con el argentino no hay lógica que valga. Ni para lo bueno… ni para lo que hizo. Porque la echó alta, ante la incredulidad general, y desde ese momento resultó evidente, aunque aún faltara un mundo, que esta vez el botín no se lo quedaba el líder. Que se diera con un canto en los dientes repartiéndolo, porque a última hora todavía agradecería una mano prodigiosa de Oblak para negar el gol de Clerc.
Hay quien sólo ve lo que quiere ver, y nada se puede hacer en tal caso. Por lo demás no hay quien reconozca a este Atlético, convertido en un equipo que trata de morder en ataque pero que tiembla en defensa. El feudo del Levante fue la cuarta estación del particular vía crucis del líder, ése que le lleva a conceder un gol para andar a remolque. Como ante el Eibar. Como ante el Valencia. Como ante el Celta. En todos los casos fue capaz de empatar antes del entreacto, apenas en dos de ellos de embolsarse después el partido. No se puede vivir permanentemente con el gancho.
Se había hecho con la pelota el equipo de Simeone, aunque en el arranque siempre la volcara hacia la zona desde la que Vrsaljko trataba de poner combas en el área. Suárez era el único que las buscaba, no estaría de más alguna ayuda por buen delantero que sea el charrúa, pero no estaba pasando gran cosa hasta que, recuperando la definición del clásico, el Atlético se pegó un tiro en el pie: fue Giménez el que apretó el gatillo esta vez, cuerpeado por Bardhi en la búsqueda absurda de una pelota que fue para De Frutos, primero, y para el propio macedonio, después, en la precisa resolución de un mano a mano inesperado.
El asunto es que, más allá de lo que contara el resultado, a la escuadra de Paco le costaba horrores deshacerse del acoso rival para sacar la pelota jugada. Cuando pasaba del mediocampo creaba peligro, y Roger no anduvo demasiado lejos del segundo en una de ésas, pero es que apenas pasaba. Así que el líder fue ganando metros y probando suerte. Un disparo de Suárez, otro rematito de Correa, que si Saúl ahora la contra… hasta que apareció el que suele aparecer cuando no aparece el 9. Llorente la pegó desde lejos y hete aquí que Róber Pier metió la cabeza de forma desgraciada. Nada pudo hacer para evitar las tablas Aitor,que sin embargo respondió perfecto al arreón posterior visitante en busca del segundo.
Simeone hizo lo que en Granada pero al revés. Si en el descanso de aquel choque había incluido a Vrsaljko por Kondogbia, en el descanso de éste incluía a Kondogbia por Vrsaljko. El banquillo local también se había movido, Duarte por Radoja, pero no hubo tiempo para comprobar los efectos de lo uno ni lo otro antes de que pasara lo de Correa. Todo lo demás fue un quiero y no puedo visitante, con el Levante cada vez más firme. Llorente y Suárez porfiaban, pero cada vez con menos oxígeno, y el resto parecía asumir que si no había entrado ésa no iba a entrar ninguna. Así que prácticamente ni las crearon. Los cambios del Cholo sonaron desesperados, hasta el punto de recuperar incluso al defenestrado Vitolo, y de hecho desnaturalizaron al equipo. Ninguno de los que había entrado aportó y sobre la bocina hubo que tirar de Oblak. Ocasión perdida, en todos los sentidos de la expresión.