Lo que se siente al acostarse con el jefe (explicado por quienes lo han hecho)

Asombrados

Los que tienen la suerte de estar trabajando en este loco mercado laboral pasan mucho tiempo con sus compañeros de trabajo. Hay quienes no conocen apenas a personas nuevas durante el año, y en esas circunstancias es fácil fantasear con compañeros o -¡anatema!- con superiores, a pesar de los evidentes riesgos para el clima en la oficina o incluso para la carrera de uno.

¿Le caigo bien a mi jefe o es que le gusto? ¿Cómo será esa persona, obligada a ser distante para ser profesional, en su vida íntima? ¿Y si ese hombre rancio y aburrido resulta ser un tigre enjaulado en el catre? ¿Y si la mujer hecha a sí misma que decide los destinos de todos en la empresa fuera en el fondo una tímida cervatilla, deseosa de caricias tiernas?

La realidad suele ser menos romántica, pero no podemos negar que existe, y lo hemos comprobado buscando testimonios directos, de hombres y mujeres. Hay quien se alegra y recuerda el desliz con cariño, quien decidió separar por completo los dos mundos y alguno que está en vías de casarse con quien empezó siendo básicamente un problema.
Como una adolescente

Lola no pudo evitar fijarse en su jefe a los 27, siendo becaria en una empresa: «Hubo mucho tonteo desde el primer día. Acababa de salir de una relación de nueve años, mi novio de toda la vida. Era el único con el que me había acostado y andaba totalmente perdida en estos campos. Mi superior me parecía muy listo e interesante. Y también sexy, no fue erótica del poder. Teníamos los ordenadores de frente, había miradas y estábamos todo el día saliendo a tomar café juntos, a fumar juntos, haciendo chistes para que se riera el otro, juegos de palabras guarros… Era todo muy infantil».

Hasta aquí todo bien, pero… «Me gustaba mucho e hice el canelo, evidentemente. Al mes de estar allí quedamos fuera del trabajo para hacer una excursión con alguna excusa tonta. Nos enrollamos y yo estaba como una adolescente. Al poco me enteré de que tenía novia, y de que también se había liado con otra chica del curro a la que yo no conocía porque estaba de baja. Cuando volvió la situación fue bastante tensa. También tenía a una expareja trabajando allí… Un picha brava total. Cuando nos acostamos, se acabó el tonteo, pasó de mí. ‘Classic’. Lo pasé bastante mal por tener que compartir el mismo espacio todos los días».

Otro amigo, Fernando, hizo el camino opuesto: una chica con la que tenía una ‘amistad especial’ lo contrató y empezaron a tener una relación profesional. «La conocí por Tinder y, hablando sobre a qué nos dedicábamos, me ofreció trabajo, pero en el momento tenía otros intereses y le dije que no. Nos enrollamos y la relación era bastante equilibrada, incluso en algunos momentos me sentía yo «dominante» en cierta manera. Después lo dejamos y hubo algo de mal rollo. Cuando la cosa se calmó, me venía mejor el trabajo y le pregunté. Me lo dio, con buen ambiente y sin demasiadas tensiones.

Ya no hubo más sexo. Pero en algún momento me hizo bromas al respecto y me incomodaba, cosas del tipo ‘Con el resto de los trabajadores no tengo tanta confianza porque no me he acostado con ellos’, o me preguntaba por mi vida personal. Era de broma, pero me preocupaba. La había visto perdiendo los papeles conmigo y tenía miedo a arriesgar el trabajo, así que me volví algo más sumiso en mi forma de tratarla».

Ni Lola ni Fernando se llaman así en realidad. Nuestro tercer testigo directo se hace llamar directamente Anónimo y nos cuenta esta bonita historia de cuando él tenía unos 27, como Lola. En este caso el jefe era él: «A veces hacíamos fiestas en la planta baja del edificio de mi organización. En una de estas, al acabar, nos pusimos una becaria y yo a recoger la pantalla del proyector. Nos metimos detrás de la pantalla y ahí, en ese espacio minúsculo y libre de miradas, la tensión sexual fue increíble».

Liz H., 29 años, desde la misma publicación, propone lo siguiente: «Las fiestas de Navidad nunca son buena idea. Terminé muy, muy borracha y pasando la noche con mi jefe. Ninguno de los dos tenía química ni sentimientos por el otro antes de aquello. Fue un lío por culpa del alcohol y los dos nos despertamos avergonzados. Me daba miedo que me despidiera. Mi jefe estaba asustado de lo que diría la gente. Fue muy incómodo al principio porque yo le reportaba directamente y teníamos reuniones él y yo solos una vez a la semana. Unos meses después, nos relajamos y decidimos pasar página. Hace un año y ahora estamos por fin empezando a actuar normal. Nunca jamás haré esto otra vez. La fiesta de Navidad de este año es la semana que viene y ni siquiera voy a ir».

El caso de Luca con una de sus principales clientas fue totalmente sorprendente según nos cuenta: «Te aseguro que no busqué esto, pero son esas cosas inesperadas que te cambian la vida. Mi antigua empresa española me mandó a Santa Monica (EEUU) a conocer a un cliente para promocionar viajes de estadounidenses a Perú. En la reunión estaba la dueña de la empresa. Yo estaba saliendo con otra en Madrid, aunque la cosa iba mal porque ella quería hijos y yo no. Así que en ese primer viaje respeté el asunto y aunque la clienta estaba de buen ver, y mejor tocar, no la toqué».

¿Suponía un riesgo profesional? «Sí, era una clienta importante, mezclé los negocios con el placer… y ha resultado un placer hacer negocios. Cuando fui la segunda vez, ya sin compromiso, me dijo que si me había gustado Santa Monica me invitaba a su casa a pasar unos días. Me recogió en el aeropuerto de Los Ángeles y me dio dos besos (los americanos se saludan estrechando la mano), ya era una declaración de intenciones. En casa me dijo: ‘¿Quieres que vayamos a comer algo primero o lo dejamos para lo segundo?’. Fuimos desde la cocina hasta el piso de arriba magreándonos y dejando la ropa por el camino. Sé que suena a película, pero es que Santa Monica es California, Hollywood está al lado… Hoy es mi novia y vivo con ella el 80% del tiempo en Santa Monica. Le compré el 10% de la empresa y ella sigue teniendo el 90%, así que, aunque somos socios, es bastante más jefa que yo».

Además, como siempre dice orgulloso, ella suele ganarle al ajedrez.

El confidencial