La Sociedad Planetaria lanzará la LightSail 2, una vela solar de 32 metros cuadrados, el próximo lunes.
El Sistema Solar es tan inmenso y las estrellas vecinas son tan lejanas que el espacio a veces parece inconquistable. Pero al igual que los vikingos o los navegantes del siglo XV se lanzaron al océano en pequeñas naves de madera, ahora algunos ingenieros espaciales sueñan con recorrer la galaxia a bordo de naves impulsadas por velas: en este caso, por velas estelares, capaces de aprovechar el impulso de los fotones liberados por el Sol y quién sabe si también por otras estrellas.
En 2010 la misión japonesa IKAROS demostró que esta tecnología es viable, con una vela cuadrada de 14 metros que llevó una sonda de 300 kilogramos más allá de Venus. Un año más tarde la NASA hizo pruebas con una pequeña vela, NanoSail-D2, diseñada para «deorbitar» satélites, es decir, sacarlos de la órbita terrestre y desintegrarlos en la atmósfera. Este lunes, si todo va bien, veremos el próximo paso en la corta historia de las velas solares: La Sociedad Planetaria lanzará LightSail 2, una vela solar de 32 metros cuadrados, a bordo de un cohete Falcon Heavy de Space X.
«En el año 1600 Johannes Kepler mencionó la idea de navegar a vela por las estrellas», ha dicho en AFP Bill Nye, jefe de la Sociedad Planetaria, una organización fundada en 1980 por Carl Sagan para promover la exploración espacial. Según el astrónomo, físico y matemático alemán, las naves estarían adaptadas a las «brisas celestes». Ahora, según Nye: «resulta que es así. No es solo poesía».
Lo más curioso es que la vela no es precisamente un diseño de altísima tecnología. En primer lugar está hiperplegada en un cubesat de tres unidades, un pequeño satélite compuesto por tres cubos de solo diez centímetros de lado, y que resulta muy barato de producir y de lanzar al espacio, siempre junto a cargas más pesadas. Además, las velas en sí están hechas de plástico, politereftalato de etileno (PET o Mylar), muy usado en envases de bebidas y tejidos. Básicamente, las velas están hechas de una película muy fina, menos que el ancho de un pelo humano, que resulta ultraligera y muy reflectante.
De esta forma, se logra que los fotones transmitan parte de su energía cinética a un satélite muy ligero que se encuentra suspendido en el (casi) vacío del espacio. El empuje es escaso, pero también resulta ilimitado: «Una vez que estás en órbita, nunca te quedas sin combustible», ha dicho Nye.
Esta es precisamente su mayor ventaja. Aunque la aceleración ejercida por los fotones es nimia, también es constante, por lo que puedepermitir alcanzar altísimas velocidades en viajes de larga duración. Además, se cree que este empuje se puede aprovechar para mantener naves en posiciones estacionarias, durante largos periodos de tiempo, sin gasto de combustible.
La LightSail 2 será la segunda etapa de un programa que arrancó en 2011, gracias a un presupuesto de 1,8 millones de dólares recogidos de apoyos privados, aunque ahora la LightSail 2 ya ha costado siete millones (conviene recordar que una misión interplanetaria tiene un coste de cientos de millones). El paso previo ocurrió en 2015, cuando se hizo un vuelo de prueba fallido con una versión más pequeña, a la que se llamó LightSail 1.
Está previsto que días después del lanzamiento del lunes, la vela despliegue unos paneles solares y después los cuatro triángulos que forman el cuadrado de 32 metros cuadrados de área. En teoría, a medida que orbitará la Tierra, la vela ganará altitud gracias a la presión solar. reseña abc