Amarga, áspera y dura, la hoja de coca que se mastica en Bolivia como un energizante natural ahora viene más blanda y con sabor a frutas. Una iniciativa mudó la textura y el gusto milenarios de la estigmatizada planta de los Andes sudamericanos.
Hace una década, la hoja machucada y saborizada de coca era apenas un experimento. Sin embargo, los bolivianos paladearon la nueva receta y en la actualidad es el producto estrella de decenas de pequeñas empresas de la ciudad de Santa Cruz, la capital económica de Bolivia, con 3,4 millones de habitantes.
«Antes era normal el ‘pijcheo'» o masticado de la hoja picada tradicional, recuerda Luis Vásquez, un empresario de 23 años que fabrica y comercializa la hoja saborizada en su mediana planta El Dogor.
Pero ahora los clientes la piden machucada y «la prefieren mezcladita con el endulzante de sabores», añade.
Sobre la hoja de coca, símbolo de los pueblos indígenas, cae el desdoro del narcotráfico. De esta planta que crece en los Valles se extrae la materia prima de la cocaína.
Colombia, Perú y Bolivia son los mayores productores mundiales de esta droga euforizante y prohibida desde 1971 por iniciativa de Estados Unidos. Con la cocaína se financian amplias y sanguinarias redes de la mafia.
«Coca condimentada»
Pero siglos atrás las láminas verdes con finísimos tallos ya se consumía como energizante natural en la región andina.
Aunque en Bolivia más que digerirse se mastica, también hay infusiones de la hoja verde. En otros países, como Colombia, la cocina comenzó a experimentar con la harina de la misma planta, con la que se pueden preparar tortas o galletas.
El «pijcheo», «boleo», «coqueo» o «mambeado» de coca consiste en mascar sin tragar la hoja picada como si fuera una bola grande de chicle. Se cree que «ayuda a quitar el hambre, quita el estrés y da más fuerza, da más valor para trabajar», recuerda Vásquez.
En su empresa, la labor para transformar la hoja en una suerte de goma de sabores es ardua.
Una veintena de jóvenes, varios todavía con mascarillas, se distribuyen las tareas: unos separan las hojas de los tallos y otros las ciernen o se encargan de mezclarla con bicarbonato y endulzantes artificiales de limón, maracuyá, banana, frutilla, mango, piña o cedrón.
Las láminas troceadas y saborizadas se meten en bolsas transparentes verdes. Una docena de empleados machucan con martillos los pequeños sacos sobre troncos de madera. El golpeteo es frenético.
Al final cada uno aprisiona las bolsas entre el vientre y los troncos, para que el producto quede lo más delgado posible. Al estar machucada, se «ablanda la hoja», explica el empresario.
La coca machucada El Dogor se exhibe en tres grandes escaparates para la venta al menudeo: 4,3 dólares por cada unidad de 4 onzas (unos 113 gramos).
«Es como ponerle un condimento a la comida», señala Isaac Salazar, un vendedor de carne de 21 años, mientras paladea las hojas saborizadas y troceadas.
Antes venía «un poquito seca, un poco durita, un poco áspera, entonces al machucarla, la coca se ablanda y eso hace» que se disuelva mejor en la boca, agrega.
La estadística oficial señala que uno de cada tres bolivianos mastica la coca o la emplea con fines medicinales y rituales.
Hasta el año pasado, en este país de 12 millones de habitantes, el 32,5% indígena, había 30.500 hectáreas de coca, de acuerdo a una estimación de Naciones Unidas.
El Estado autoriza el cultivo de un máximo de 22.000 hectáreas para los usos descritos. El excedente, en teoría, alimentaría el narcotráfico. AFP