Con los ojos llorosos y medio dormida, la madre de dos hijos, Julie Cook, fue golpeada por una ola de confusión cuando se dio cuenta de que la luz estaba encendida en la habitación de su hijo. Eran las 2 de la mañana y Alex, de 13 años, se había acostado a las 9 de la noche.
Por The Sun
Decidió que se había quedado dormido leyendo, y abrió la puerta, pero para su horror, descubrió que estaba en trance, mirando fijamente a su consola de juegos.
“Me quedé muy sorprendida”, dice. “Siempre hemos tenido la norma de no usar la tecnología después de las 9 de la noche. Me volví loca y le quité la consola”.
Fue entonces cuando Alex le dijo que no podía dejar de jugar y que esperaría a que ella se fuera a la cama para quedarse toda la noche jugando a Fortnite.
Julie, de 42 años, dice: “Antes de esto no me había dado cuenta de que se quedaba hasta tarde jugando a estos videojuegos. Pero sí empecé a darme cuenta de que estaba mucho más cansado. Por las mañanas, se convirtió en una lucha para despertarlo. Y cuando me di cuenta de que tenía que ver con la PlayStation, me sentí fatal porque fui yo quien decidió comprársela”.
Alrededor de 36 millones de personas juegan a los videojuegos con regularidad y el 18% pasa seis horas o más al día jugando, y alrededor del 30% se salta las duchas para jugar.
El grupo de edad más representado entre los jugadores son las personas de entre 13 y 25 años.
Un informe reciente del National Centre for Gaming Disorders (Centro Nacional de Trastornos del Juego) reveló que casi 500 niños en edad escolar están siendo tratados por el NHS de Reino Unido por adicción al juego tras engancharse a juegos como Minecraft y Fifa.
Siete derivaciones a la clínica fueron para jugadores menores de 13 años peligrosamente obsesionados.
Los expertos dicen que su adicción puede ser tan fuerte que pierden el “poder de elección”, dejando de lado la comida, la escuela e incluso el sueño.
Nuno Albuquerque, consultor jefe de tratamiento del Grupo de Tratamiento de Adicciones del Reino Unido, no se mostró sorprendido por la magnitud del problema. “Hablamos con padres preocupados cada semana que intentan averiguar cómo ayudar a sus hijos”, comenta.
Julie, una escritora que vive en New Forest, dice: “Alex estuvo obsesionado con Fortnite durante tres años. Consiguió la PS4 a los diez años y se volvió un poco adicto alrededor de los doce. Su tiempo en casa lo pasaba siempre conectado. El día después de confiscar el teléfono, hubo rabietas y gritos. Me di cuenta de que sus juegos habían cambiado su personalidad. Apenas hablaba más que un gruñido conmigo y con su padre, y sólo quería hablar con sus compañeros de colegio por Internet. Desde entonces, le quité el mando todas las noches. Después de esa noche, utilizamos un temporizador para que dejara de tener todo el tiempo que quisiera y pasara a conectarse sólo dos horas al día”.
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