En el ombligo de Colombia, en medio de las vastas llanuras de la Orinoquía, crece una plantación de cacay, fruto nativo de la zona de cuyas almendras se extrae un aceite que se postula para ser el nuevo oro líquido de la industria cosmética mundial.
Son cien hectáreas cultivadas en la finca Arlés, a la que se llega después de recorrer durante más de tres horas una carretera polvorienta que parte de Puerto Gaitán, en el departamento del Meta, en el centro del país.
El empresario Andrés Olano, uno de los fundadores de este emprendimiento agroindustrial, explica a Efe que su equipo se propuso recuperar el cacay (caryodendron orinocense) para «llegar a formar parte de los cosméticos de Europa y Estados Unidos».
El aceite que se extrae de las almendras de este fruto reduce las arrugas y las imperfecciones faciales, evita la aparición de cicatrices y estrías y aumenta la hidratación y la suavidad de la piel de manera natural al estimular la formación de colágeno.
Para llegar a venderlo a gran escala, la finca Arlés aplica tecnología de punta con chips en cada árbol que permite a los técnicos hacer un completo seguimiento diario del desarrollo de cada planta, incluido el régimen de lluvias.
Este sistema es combinado con métodos de control orgánico de plagas en un ecosistema que es necesario preservar porque está ubicado donde la inmensidad de los Llanos Orientales hace frontera con la selva amazónica.
Riqueza vegetal
«Es un aceite totalmente seco, te penetra en la piel de manera casi inmediata y ayuda a la desaparición de arrugas, manchas y estrías; es bactericida y también antinflamatorio», explica Olano.
Según estudios previos de la empresa, el aceite contiene más vitaminas A y E y Omega 6 que los aceites de rosa mosqueta y argán, este último exportado por Marruecos a todo el mundo.
También goza de un alto contenido de antioxidantes y escualeno vegetal que devuelven el pH al organismo, favoreciendo la asimilación de nutrientes.
Olano enseña unas fotografías que muestran los beneficios del aceite en un estudio clínico con más de 750 pacientes españoles; en ellas se ve el antes y el después de distintas personas con problemas de la piel o cicatrices.
«La idea es poder exportarlo a España en almendras y procesarlo de manera similar a como se extrae el aceite de oliva», explica.
Por ahora, el aceite de cacay solo se vende en internet en algunos casos de manera informal por productores que obtienen el fruto de árboles «silvestres», algunos de ellos con métodos artesanales de extracción.
Tecnología en medio de la nada
Por ahora, en Colombia solo hay 750 hectáreas cultivadas y el emprendimiento de la finca Arlés quiere liderar el sector para llegar a unas 1.000 en todo el país utilizando tecnología e inteligencia artificial.
Los trabajadores revisan todos los días cada árbol para hacer un registro detallado de su crecimiento y detectar cualquier enfermedad o plaga que pueda afectarlos, datos que son transferidos a un teléfono móvil con el cual actualizan la información en tiempo real y la almacenan en la nube.
De esta forma es posible consultar desde cualquier lugar los datos de cada árbol, de todo un lote o de una hectárea, o hacer una trazabilidad de su estado en determinado día, mes o año.
«El cacay que producimos es totalmente orgánico. Tanto que te lo puedes echar en la piel pero también comer. Desde que plantamos el árbol en la finca hasta el final (del proceso) nunca le agregamos ningún producto de síntesis química», cuenta Olano.
Por este compromiso sostenible la finca ya cuenta con el sello Ecocert que certifica sus buenas prácticas ambientales.
Guardianes de la naturaleza
En la remota zona de Colombia en la que se encuentra la plantación las autoridades luchan constantemente contra la deforestación y quema de los bosques y por eso cuando Olano y sus socios decidieron dedicarse al cultivo del cacay, compraron terrenos yermos hace diez años para contribuir a su recuperación.
Con ese objetivo, el proyecto trabaja, junto a los miembros de la etnia Sikuani, mayor población indígena de la zona, en la preservación del bosque nativo que rodea la plantación y en el impulso de un programa de reforestación utilizando los mismos chips que ahora sirven a la empresa para monitorear los nuevos árboles y, en un futuro, apadrinarlos.
Así, la plantación Arlés ayuda a la conservación de la naturaleza en la confluencia de dos ecosistemas fundamentales para el planeta: la Orinoquía y la Amazonía.
«Antes de que llegáramos nosotros con el proyecto del cacay, la gente venía y quemaba, desde que estamos aquí ya no lo hacen», expresa sonriente Olano. EFE