Gerri Chanel investigó durante años la ruta. Metro por metro. Como si en aquella época de horror y muerte -y saqueo- un imaginario GPS hubiera estado colocado en alguna parte de la mayor obra de arte de todos los tiempos: La Gioconda, de Leonardo Da Vinci. Lo volcó todo en su libro Salvando a la Mona Lisa de reciente aparición.
Su obra contradice todas las teorías que se hicieron hasta el momento respecto a por qué los nazis durante la ocupación de Francia (1940-1944) no pudieron saquear en su totalidad el Museo del Louvre. O por qué no se echaron a perder.
«Fue a través de las tácticas dilatorias de un funcionario modesto llamado Jacques Jaujard que los objetos preciosos que más asociamos con el Louvre: la Mona Lisa, la Venus de Milo, las joyas de la corona francesa, así como miles de otros artículos, fueron salvado de la destrucción a través del bombardeo o la humedad», explicó Chanel en una columna publicada en el diario inglés Daily Mail.
La periodista e historiadora explicó que el francés logró impedir además que «los nazis los llevaran a la ciudad natal de (Adolf) Hitler, Linz, donde su plan era crear un enorme Fuhrermuseum repleto de fabulosas obras de arte». Para la autora del libro, Jaujard es un «héroe» de una «historia fascinante».
Jaujard logró dilatar durante esos cuatro largos y tristes años el traslado de la mayor obra de Leonardo. Fue sabio: no confrontó con los alemanes, sino que se mostró calmo, paciente e inteligente. Abierto al diálogo. «Sabía que la única forma de tratar con los nazis era hablarles agradablemente y parecer que hacía lo que estaban exigiendo, mientras se tomaba mucho tiempo en responderles y nunca terminaban de llenar sus horribles formularios».
Durante la ocupación nazi a Francia, las obras nunca estuvieron en París. Previsor -más que algunos líderes de su propio país- Jaujard había evacuado a todas las piezas valiosas de la Ciudad Luz. Las llevó lejos de la capital francesa. Lo hizo entre agosto y septiembre de 1939. Era el director de los Museos Nacionales. Tenía el poder para hacerlo.
«Envueltos cariñosamente en furgonetas en la oscuridad de la noche, fueron llevados a varios castillos en el sur y oeste de Francia, muchos de ellos recorriendo caminos llenos de refugiados aterrorizados que huían del avance nazi», contó Chanel en su columna.
La historiadora continúa recordando lo que con mayor detalle narró en su libro: «En silencio, los curadores del Louvre trabajaron día y noche para proteger los artículos de valor incalculable bajo su cuidado. Los bondadosos duques prestaron sus casas durante el resto de la guerra, manteniendo un ala para que sus familias vivieran y cediendo las otras habitaciones a camiones cargados de tesoros».
Pero no fue tan fácil. A medida que los nazis profundizaban su ocupación, más y más lugares eran requisados en busca no de piezas históricas, sino de miembros de la Resistencia, el mayor dolor de cabeza del Ejército Alemán.
Pero incluso, el temor radicaba en que los Aliados bombardearan algunos de los castillos pensando que allí podrían estar residiendo jerarcas nazis. De inmediato se les hizo saber que no debían ser sus blancos por los tesoros que allí podrían ocultarse. «Los curadores lograron enviar mensajes a la Resistencia, que los pasó a la BBC. A su vez, emitió declaraciones codificadas tales como ‘Van Dyck agradece a Fragonard’ y ‘La Mona Lisa sonríe’, para mostrar que el mensaje había sido recibido».
Pero el de La Gioconda es otro viaje especial. Según el relato de Chanel: «La Mona Lisa, envuelta dentro de su caja de madera acolchada, pasó los años de la guerra a casi 450 kilómetros de París en una habitación soleada en el piso superior de Montauban. Ante cualquier señal de peligro por la humedad, los bombardeos o cualquier sospechoso alemán que buscara judíos o miembros de la Resistencia, las obras de arte debían ser retiradas a áreas aún más remotas».
Sólo dos obras debió entregar Jaujard. Eran a pedido exclusivo de Herman Göring (La Belle Allemande, de Gregor Erhart) y de Joachim von Ribbentrop (Diana después del baño, de François Boucher). Ambas fueron recuperadas luego en dos búnkeres alemanes, cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin.
De acuerdo a la autora de Salvando a la Mona Lisa, es probable que la obra de Leonardo hubiera terminado abandonada en un búnker alemán, sin la protección suficiente. En cambio, la tarea y valentía de Jaujard la salvó de las inclemencias del tiempo, de los bombardeos y de la ignorancia nazi.
En 1944, cuando la guerra estaba llegando a su fin, los jerarcas hicieron un último intento para apropiarse de las mayores obras de arte. Pero el ex director de Museos Nacionales de Francia les puso una excusa insólita que no tuvieron cómo refutar. No había suficientes camiones en condiciones apropiadas para transportar esos objetos de incalculable valor. Al poco tiempo, los Aliados desembarcaron y comenzaron a recuperar el país y Europa.
Pero no todo fueron grandes y maravillosas noticias. Por el contrario. Según recuerda la periodista, miles de otras piezas fueron destruidas y perdidas para siempre. Otras, recuperadas.
«Por supuesto, el espantoso saqueo y la destrucción de las obras de arte tuvo lugar en Francia. Los hogares judíos fueron despojados de sus tesoros y, en 1943, los nazis recortaron y quemaron más de 500 obras maestras clasificadas como ‘degeneradas’, incluidas obras de (Pablo) Picasso y (Paul) Klee», relató Chanel.
«Jaujard no tenía poder para detener eso», señaló la mujer y prosiguió: «Pero cuando se trata de su reino del Louvre, sólo se hizo un daño grave a un único elemento. En mayo de 1945, un prisionero alemán, acorralado en el patio del Louvre, escuchó disparos y, en un intento desesperado de encontrar un escondite, rompió en pedazos a una momia egipcia de 4.500 años de antigüedad».