Todo listo para la mayor fiesta folclórica de Bolivia

La Diablada, la danza más tradicional del Carnaval de Oruro, es una fiesta patrimonio de la humanidad que congrega a medio millón de personas

A punta de hilo y aguja, el veterano bordador Wálter Verástegui confecciona a contrarreloj un traje para la Diablada, la danza más tradicional del Carnaval de Oruro, una fiesta patrimonio de la humanidad que congrega a medio millón de personas.

En su pequeño taller, asistido por dos operarias, el especialista, de casi 70 años y gruesos lentes, avanza su trabajo con destreza: cose lentejuelas coloridas en una gran tela sujetada por los bordes en un bordador gigante, una especie de mesa sin tablero.

“Son diseños exclusivos, hacemos unos ocho trajes para este carnaval. Cada traje (que consta de una capa, otra pañoleta, una pechera, faja y pollerín) cuesta unos 2.700 bolivianos (390 dólares)”, explica el anciano.

Cada danzarín de la Diablada -que encabeza el Carnaval de Oruro, la fiesta religioso-pagana en honor a la patrona Virgen del Socavón, debe comprar además una careta de lata o yeso en forma de diablo, que llega a costar hasta 500 dólares. Sumando las botas y adornos, la indumentaria total fácilmente puede llegar a 2.000 dólares, en un país, donde el salario mínimo es de 238 dólares.

La gente no repara en gastos, pues -asegura Verástegui- lo hace en honor a la patrona religiosa. Don Wálter está apurado con su trabajo y mientras conversa, no detiene su laboriosa actividad. Aún tiene en fila otro traje más para la gran fiesta que empieza el sábado en la minera ciudad de Oruro (240 km al sur de La Paz), de unos 260.000 habitantes.

Lucha entre el bien y el mal. La actividad no se detiene en la capital folclórica de Bolivia, que se afana por recibir a cerca de medio millón de turistas locales y extranjeros, quienes a lo largo de 3 kilómetros y 18 horas por día, podrán presenciar la fiesta de orígenes precolombinos que pasó por el crisol de la colonización y el cristianismo. Por sus apretujadas calles, testigos del nacimiento y el ocaso de la minería de la plata y del estaño durante el siglo pasado, los danzarines apuran a los artesanos a culminar su trabajo.

“Tenemos arduo trabajo”, señala en otro taller Fernando Flores, uno de los más famosos fabricantes de máscaras de diablos, quien cobra hasta 500 dólares por su trabajo. Las figuras multicolores de yeso y fibra de vidrio tienen formas grotescas: ojos agigantados, cuernos y dientes filosos, con varios dragones sobre la cabeza que representan las lagartijas que -según la leyenda- fueron parte de unas plagas que el dios indígena Huari (o Wari) mandó, junto a sapos, hormigas y víboras, y que fueron derrotadas por la Virgen católica.

Flores, de 47 años y cuarta generación de artesanos especialistas en máscaras, asegura que toma una semana para que la careta esté lista. “A mis ocho años comencé, ayudando a mi padre, y a mis 15 hice mi primera careta”, dice. Calcula haber elaborado unas 9.000 hasta ahora. Además, es el bisnieto de los fundadores de los primeros grupos folclóricos en Oruro. La Diablada escenifica la lucha entre el bien y el mal. Son los diablos que se sueltan para bailar durante tres días. Todos son conducidos por otra figura que comanda el triunfo y que representa al arcángel Miguel, quien conduce a los seres perversos hasta los pies de la Virgen del Socavón, en una iglesia de la localidad.

Trajes para las danzas de la “morenada” o “caporales”, parodias del esclavismo español, de los “incas” que ensalzan la gloria del imperio quechua o de “kullawadas” que escenifican la crianza de auquénidos, son los de mayor demanda.

La mayor fiesta en los Andes. Unos 35.000 danzarines y 10.000 músicos, agrupados en 52 conjuntos, participan en el carnaval de Oruro, la mayor fiesta en Bolivia y al que en 2001 la Unesco lo proclamó patrimonio intangible y cultural de la humanidad.

“Aquí lo que mueve a la gente es la devoción a la Virgen”, explica Adalid Chávez, vocero de la Asociación de Conjuntos Folclóricos, entidad encargada de organizar la festividad, con apoyo del municipio y la gobernación local. Para la ciudad es también un maná para la economía local.

Según el ministro de Cultura, Marko Machicao, puede “suponer una cifra mayor a los 100 millones de dólares”, en hoteles, transporte, comida, contratos con bandas y compra de ropa. Unos 20 países de América, Oriente Medio y hasta China -según la misma autoridad- podrán observar también por televisión y en directo el desarrollo del carnaval.

 

JOSÉ ARTURO CÁRDENAS – AFP