Muere Zaha Hadid, símbolo y excepción de la arquitectura contemporánea

La arquitecta, nacida en Bagdad, ganó el Pritzker en 2004 y construyó una carrera con todo en contra

Zaha Hadid, arquitecta inglesa nacida en Bagdad, el mejor símbolo de la época en la que su oficio se convirtió en el gran espectáculo del mundo sofisticado, ha muerto a los 65 años.

Zaha fue una potencia creadora pura, un caso simbólico y a la vez, completamente singular entre sus colegas: mujer, iraquí, cargada de un equipaje intelectual complejísimo… Nada estaba a su favor para alcanzar el éxito. Zaha Hadid venía de una idea visionaria, casi única, de la arquitectura: la fluidez, la quiebra y la expresión personal eran los conceptos desde los que partió en los años 70. Su nombre se convirtió en un rumor irresistible desde que se licenció en la famosa AAA de Londres. Sin embargo, nadie la consideraba por entonces exactamente-arquitecta: se pensaba en ella como una artista y como una pensadora de la forma, cuyas herramientas estaban en el terreno de la arquitectura y que probablemente acabaría dedicándose al diseño o a la moda.

Aquellos eran años de crisis para la arquitectura, años de manierismos y de dudas en el legado de los maestros del siglo XX. En ese contexto, Zaha dibujaba arquitecturas rompedoras y casi utópicas. Había ahí algo de expresionismo, de constructivismo llevado hasta el límite, algo de experimentación sesentero, algo de autobiografía… Sus propuestas eran una especie de historia alternativa de la arquitectura del siglo XX.

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La arquitecta Zaha Hadid.

Además, estaba su carisma. Zaha era mujer y de piel oscura, era rica de familia, rebosaba seguridad en sí misma y se comportaba con aire desafiante. No era una chica mona ni una mujer-de complaciente que se conformara con aparecer en segundo lugar después de su socio/marido. Vestía de una manera extravagante y hasta en los trazos de sus dibujos transmitía algo femenino pero, a la vez, violento y duro. Y, además, llevaba consigo una historia familiar fascinante.

Hadid había crecido en alguna remota edad de oro de Bagdad. Su padre era un banquero con éxito que amagó con dedicarse a la política. Su madre tendía a la vida artística. Fue a un colegio francés. Sus amigas eran judías y cristianas. Tuvo una primera intuición de la arquitectura visitando ruinas sumerias en el sur de Iraq… Pero aquel cuento de hadas se terminó cuando Saddam Hussein tomó el poder. La familia Hadid escapó al Líbano y, en 1972, desembarcó en Londres, en la escuela de Arquitectura más embriagadora de Europa: la AAA de Bedford Square. En 1977 se licenció y cayó en el estudio recién nacido de Rem Koolhaas.

Zaha y Koolhaas, sus leyendas iban a ir más allá de la arquitectura.

Esa actitud combativa era el presagio de Zaha no se iba a conformar con ser una casi-arquitecta o una arquitecta-para-ser-leída. En su currículo aparece una primera obra construida en 1994, una pieza de museo para la casa Vitra. Nada realmente significativo. La verdadera conquista aún hubo de esperar ocho años, hasta 2002, cuando construyó su primer proyecto importante: un trampolín para esquiadores en Innsbruck, Austria. Tenía 52 años y le quedaban dos para recibir el Premio Pritzker. Ninguna mujer lo había conseguido antes.

Han pasado 14 años desde entonces. Zaha Hadid los aprovechó para construir sin descanso por todo el mundo. El momento histórico que permitió su llegada al mundo real, el boom de la arquitectura de los años 90 y 2000, quedó atrás y casi la engulló. Zaha tenía fama de ser una constructora descuidada, una diva anacrónica en un mundo que ya no necesitaba «potencias creadoras puras». Zaha, que había sido una mujer contra el sistema, parecía, de pronto, parte del sistema.

Seguramente fuera un reproche injusto: Zaha era aún una debutante en el momento de empezar una nueva vida. Y ya tenía un puñado de proyectos que estaban a la altura de su fama: el edificio de la BMW en Leipzig, la Torre de la Expo de Zaragoza, el Museo Maxi de Roma, el de Cincinnati… Tenía 65 años, la edad en la que la mayoría de los trabajadores se jubilan pero, también, el comienzo de la edad de plenitud de los arquitectos. Su historia ya es leyenda.

 

Luis Alemany/El Mundo