Cada 4 de diciembre la Iglesia Católica recuerda a Santa Bárbara, una joven convertida al cristianismo que vivió entre los siglos III y IV, y que murió por mano de su propio padre a causa del amor que profesaba al Señor. Bárbara nació en Nicomedia, antigua provincia del Imperio romano, ubicada en la actual Turquía.
Santa Bárbara de Nicomedia forma parte del grupo de los llamados Santos Auxiliadores (a quienes es posible invocar en momentos de dificultad o peligro).
Enviada a prisión
De acuerdo a una antigua tradición, Santa Bárbara fue puesta en cautiverio por su propio padre, un ‘sátrapa’ (nombre con el que se designaba al gobernador de una provincia de Persia) de nombre Dióscoro, con el propósito de apartarla de la influencia de los cristianos. Dióscoro, además, hizo que maestros de filosofía y poesía la visitaran en su celda periódicamente para asegurarse de que la joven se convenza de su supuesto error y rechace la fe en Cristo.
Sin embargo, para frustración de su padre, Bárbara no solo no fue persuadida de semejante despropósito, sino que desobedeció la orden de casarse y se declaró públicamente cristiana, algo que el gobernador consideró como la peor de las afrentas. Entonces, presa de la furia, Dióscoro ordenó martirizar a su propia hija.
Torturada y ejecutada por su progenitor
La santa fue atada al ‘potro’ (antiguo y difundido mecanismo de tortura) y flagelada. Bárbara logró sobrevivir a estos indecibles maltratos, quedando al borde de la muerte, con el cuerpo destrozado. Lejos de sentir compasión, su padre ordenó que fuera presentada ante el juez, quien determinó para ella la pena capital inmediata. El lugar escogido para la ejecución fue la cima de una montaña cercana; y el verdugo, ‘por derecho’, sería el propio Dióscoro. A pesar de caer una intensa lluvia, los involucrados en la ejecución no se detuvieron y tomaron dirección hacia el monte. Ahí, ni bien Dióscoro asestó el brutal golpe de sable que arrancó la cabeza de su hija, un relámpago le cayó encima y lo fulminó.
Santa Bárbara y los hechos que le acontecieron hicieron que su veneración se extendiera por Europa con firmeza, consolidándose hacia el siglo VII. Su culto fue aceptado y confirmado por el Papa San Pío V en 1568 y desde entonces aparece en la lista de los Santos Auxiliadores.
Iconografía y patronazgo
A Santa Bárbara se le representa cubierta con un manto rojo, al lado de un cáliz con la sangre de Cristo, portando una rama de olivo, una corona y una espada -símbolos del martirio-.
La manera como murió su padre hizo que Santa Bárbara fuese tomada por protectora ante los peligros de las tormentas eléctricas y los incendios naturales. Luego, por analogía o similitud, se le empezó a asociar con los artilleros y los mineros, de quienes es patrona también.
Tradicionalmente se pide la intercesión de Santa Bárbara para no morir sin acceder al sacramento de la Confesión y tener la gracia de recibir la Eucaristía en la hora de la muerte.