Cleopatra amó y fue amada por dos de los hombres más célebres de un imperio. Con grandes ambiciones políticas, todo un pueblo la odió y decidió morir antes de ser víctima del escarnio y la esclavitud. Aunque no era agraciada, gracias a su encanto y su poder de seducción se convirtió en símbolo universal de la belleza.
«Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, la historia del mundo habría cambiado.»
Blas Pascal (1632-1662), en Pensamientos sobre la religión y otros temas
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Dilema. ¿Cómo vender –en el mejor sentido de la palabra– una historia sucedida treinta años Antes de Cristo?
Cómo, si sus principales actores no son Elizabeth Taylor y Richard Burton, que la recrearon en 1963, en pantalla grande y en colores, al módico precio de 44 millones de dólares.
Va un intento. En la narración que sigue hay poder, amor, guerras, odio –mucho–, lujuria, crimen, traición, sangre –ríos–, venganza, brujería (aunque es dudoso), héroes, bandidos, asesinos, esplendor, decadencia, caída, suicidio… y algunas cosas más.
Si se anima, sígame…
Hagamos girar hacia atrás la Rueda de la Historia. Egipto, año 69 Antes de Cristo (Nota: en adelante, esos años estarán precedidos por el signo –). Nace Cleopatra Filopátor Nea Thea, hija de Ptolomeo XII y –aunque hay dudas– de Cleopatra V Trifena. El nombre Cleopatra significa «Gloria de su padre».
De la dinastía ptolemaica fundada por Ptolomeo I Sóter, uno de los generales de Alejandro Magno, será la última reina del antiguo Egipto y de su período helenístico.
La última y trágica reina…
A los 17 años, cuando sube al trono junto con su hermano Ptolomeo XIII Dionisio, de 12, no es la volcánica belleza citada por la leyenda: su nariz es demasiado larga, y su mentón, prominente. De ahí la predicción de Blas Pascal: a un poderoso emperador no le gustó ese rasgo…
Pero brilla por lo que hoy llamaríamos charme: encanto, hechizo, poder de seducción, y además una sólida educación griega. Habla egipcio –algo muy poco común en ese período–, griego, hebreo, sirio y arameo, y ha sido instruida en política, música, literatura, matemáticas, astronomía y medicina.
Reina entre dos fuegos: la decadencia de Egipto y la codicia de Roma.
Su padre ha sido corrupto, amante de grandes fiestas, pésimo gobernante, y dependiente de interesada ayuda romana, ávida del oro que abunda en esas tierras.
Los años -50 y -49 crujen bajo la hambruna, la sublevación de los campesinos, la caída de la moneda, la asfixiante burocracia.
Ptolomeo XIII, su hermano y marido –la ley egipcia ordenaba el casamiento entre hermanos como condición para el trono–, influido por consejeros enemigos de Cleopatra: el eunuco Potino, el general Aquilas y el retórico Teodoto–, la expulsa del poder.
Pero Cleopatra, además de «dulce, refinada, encantadora», como la define el historiador Plutarco, es ambiciosa y bravía. Huye a Siria, reúne un ejército, y planea recuperar el poder.
Entretanto, en Roma, hay guerra civil. Cayo Julio César derrota a Pompeyo, se refugia en Egipto, pero Ptolomeo XIII no lo recibe y ordena asesinarlo para lograr el apoyo de Julio César contra el ejército de Cleopatra.
Error. Cuando César recibe en una bandeja de plata la cabeza de Pompeyo, llora. Pompeyo ha sido su rival, pero también su amigo. Y había decidido perdonarlo…
Momento providencial. Julio César descansa en el palacio real de Alejandría, la más deslumbrante de las ciudades egipcias.
Cleopatra, que aun sigue en el exilio, urde un plan tan audaz como peligroso. Entra de noche a Egipto, burlando la vigilancia, llega al palacio, se hace envolver en una alfombra… y al desenrollarla aparece ante el hombre más poderoso de Roma, y acaso del mundo.
Confiada en su poder de seducción, no sólo lo enamora: le pide que derroque a Ptolomeo XIII para recuperar el trono.
Y lo consigue.
Los días y las noches de amor entre César y Cleopatra son largos, serenos, cultos –ambos dominan todos los temas y son brillantes conversadores–… y de erotismo sin fin. Él tiene 52 años, está casado, se dice que es «el marido de todas las romanas… y de todos los romanos«, y ella tiene apenas 21 y necesita retenerlo como para conservar el poder. El dilema es sexo o muerte…, y la reina despliega todo su arsenal. Además de la juventud, y según la egiptóloga Gayle Gibson, «sin duda recurrió a varios trucos. Las griegas y las egipcias, de ojos claros, usaban atropina, una sustancia extraída de la belladona que dilata y ennegrece las pupilas: dos signos que atraen el deseo sexual. Y también otros cosméticos, como el jugo de unas bayas que hacen brillar los labios y tornarlos más carnosos y apetecibles. Cleopatra, para lograr sus objetivos, necesitaba estar siempre radiante y orgásmica».
Pero el odio y las intrigas recrudecen. Ptolomeo XIII ordena a su consejero militar, el general Aquilas, atacar Alejandría con una doble pinza de caballería e infantería: veinte mil soldados y dos mil jinetes. La ciudad está sitiada. En uno de los combates, las fuerzas de César queman más de setenta navíos egipcios de guerra…y también cincuenta trirremes romanos para evitar que cayeran en poder de Aquilas. El fuego arrasa con un tesoro cultural: cuarenta mil rollos de papiro, esenciales para la escritura. Sin control, el incendio se propaga y destruye varios edificios, pero se salva la colosal biblioteca de Alejandría. Las fuerzas romanas arrasan a las egipcias, las arrojan al Nilo, y miles mueren ahogados. Entre ellos, Ptolomeo XIII, hundido en el barro.
César le quita su coraza de oro y la levanta en triunfo ante un pueblo vencido y de luto…
Cleopatra recupera el trono. Necesita un rey. Se casa con otro de sus hermanos: Ptolomeo XIV Filópator… ¡de 10 años! Su hermana y enemiga Arsinoe, que se había proclamado reina después de la caída de Cleopatra, marcha humillada y cargada de pesadas cadenas en el desfile de la victoria de César. Y éste, que influido por ella se cree un dios, también logra el éxito de su plan primigenio: instalar en Egipto una monarquía romana y fundir en una potencia las dos naciones.
Comienza un período de orden y riqueza.
Pero el pueblo de Roma no acepta –jamás aceptó– a Cleopatra. Y el 15 de marzo de -44, una conspiración termina con la vida de César. Marco Bruto, Cayo Casio y otros complotados lo apuñalan en el Senado al pie de la estatua de Pompeyo.
El cielo se oscurece para Cleopatra. Sin César y con un hijo nacido de esa relación (Ptolomeo XV Filópator, apodado Cesarión), teme que su hermano y marido Ptolomeo XIV le arrebate el trono… y no se detiene: lo envenena, y nombra rey a su hijo… ¡de cuatro años!
Pierde el control del poder. Egipto está cercado por las plagas y el hambre. Los abandonados canales del Nilo desaprovechan el limo de las inundaciones anuales, clave de la agricultura. Pero aun tendría otro golpe de suerte alentado –claro– por sus artes amatorias.
Aparece en la escena Marco Antonio, general y político romano, amigo de César, comandante de su ejército, y dispuesto a vengar su asesinato.
La memorable escena en la que le habla al pueblo romano junto al cadáver de César fue iluminada para siempre por el más grande de todos los tiempos: William Shakespeare en su tragedia Antonio y Cleopatra. Y en el cine, encarnado por Marlon Brando…
Estalla una guerra civil. Antonio, Octavio y Lépido contra los conspiradores y sus hombres armados.
Marco Antonio le pide ayuda a Cleopatra para que llevara sus naves hasta Tarso –Nota: en la actual Turquía–, pero ella se niega a una guerra entre Egipto y Roma… y además no confía en él…
Sin embargo, acepta reunirse en su barco. La nación está empobrecida y al borde del colapso… pero ella navega con remos forrados con láminas de plata, velas rojas al viento, y vestida como Afrodita, la Diosa del Amor: un preludio de la flamígera historia que estaba por nacer.
El encuentro dura cuatro días. Como antes Julio César, Marco Antonio se enamora «a primera vista», según el viejo lugar común. O al primer flechazo de Cupido: que el lector elija.
Él elige quedarse en Egipto y a su lado. Pasan juntos el invierno entre fiestas, lujo, voluptuosidad… Pero debe volver a Roma y casarse con Octavia, hermana de Octavio Augusto, sobrino nieto de Cayo Julio César y futuro emperador de Roma. Ha dado su palabra.
Mientras, nacen los dos hijos de Cleopatra y Marco Antonio: los gemelos Cleopatra Selene II y Alejandro Helios.
¿Fin de la historia de amor?
No. Principio del fin.
Cuatro años más tarde, Antonio vuelve a Egipto, al palacio y a la cama de Cleopatra en el otoño del -37, durante una campaña militar. Se casa con ella… sin repudiar a Octavia, a la que compensa con unas pocas tierras…: apenas Chipre, Fenicia y Creta.
Tienen otro hijo: Ptolomeo Filadelfo. Y aunque ni Egipto ni Roma nadan en oro, viven un incesante tiempo de lujo, derroche, ocio, indolencia…
La relación entre Antonio y Octavio empeora. Ya son enemigos. Octavio lo denuncia ante el pueblo romano como un monigote sometido a la voluntad de Cleopatra y contra los intereses del imperio.
El odio popular los ahoga. La acusan de brujería y cosas peores. A él le quedan pocos aliados políticos. En el Senado le quedan pocos aliados políticos. Pierde –destitución– su cargo de Triunviro. En el -32 el Senado le declara la guerra a Egipto.
El ejército de Marco Antonio es más numeroso que el de Octavio. Pero en la decisiva batalla naval de Accio –2 de septiembre del -31–, los barcos más veloces y más maniobrables del general Agripa enfrentan con ventaja a la flota de Cleopatra. Ella, en pánico, huye. Antonio ¡abandona a sus hombres!, va tras ella, y pierde el combate. El 30 de julio del -30 llega a Alejandría y recibe un falso informe: «Cleopatra ha muerto». Sujeta su espada entre dos objetos pesados y se arroja sobre ella. Muere en el acto.
Octavio planea tomar prisionera a Cleopatra y mostrarla al pueblo de Roma. Ella se imagina esclava para siempre, y su reino convertido en una provincia romana.
No lo soporta. Se hace picar por un áspid, serpiente de potente y fulmíneo veneno. Era el 12 de agosto del -30. Antes escribe su última voluntad: yacer en su tumba junto a Marco Antonio.
Hasta hoy, noviembre de 2017, esas tumbas no fueron encontradas.
(Post scriptum. A fines de los años 70 mi oficio me llevó a Egipto. En el modesto hotel –único alojamiento posible: alud de turistas–, y en la primera mañana, al afeitarme, una enorme cucaracha salió de una ranura entre el marco y el espejo. Intenté matarla, pero no lo logré. Debimos, pacíficos, convivir tres largas semanas. Pensé que era una sobreviviente de la maldición de los insectos: una de las plagas de Egipto citadas en la Biblia. Y comprendí que ella y su indomable especie estaban allí desde la remota evolución de la Tierra, y su especie estará allí acaso cuando haya expirado el último hombre. Vieron morir al último dinosaurio. Vieron a Julio César cruzando el Rubicón. No las mató el gas mostaza de la Primera Guerra Mundial ni las tormentas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Resistieron los mil venenos contra ellas. Asistirán al fin de miles de especies: desde exóticas mariposas hasta el magnífico tigre de Bengala y su belleza infinita. Fueron testigos de la grandeza y caída de colosales imperios. Y de noche, en la arena, cerca de las pirámides, cumpliendo su destino de especie casi inmortal, es realidad son una reencarnación. Por eso creo que mi compañera del espejo es la única y verdadera reina de Egipto. A todo lo demás, gloria y caída, odio y amor, se lo llevó el viento del desierto.)
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