El venezolano Elías Crespín se convirtió este viernes en el primer artista latinoamericano que expone de forma permanente en el Museo del Louvre con la obra cinética «L’onde du midi» («La onda del mediodía»), una «danza en suspensión» construida con un programa informático concebido por el propio creador.
Crespín (1965), formado en Caracas como informático, aplica su conocimiento en programación a las artes plástico para dar formas a unas esculturas en movimiento que han sido expuestas en Nueva York, Buenos Aires, Bruselas, España o Corea.
En 2018, su creación de un hexágono en movimiento en una de las salas del también parisino Grand Palais, donde participaba en la exposición «Artistas y robots», llamó la atención de la dirección del Louvre que lo invitó a concebir una obra para él.
El venezolano entra así en la muy restringida lista de artistas que han expuesto en el museo más visitado del mundo estando en vida: el alemán Anselm Kiefer, el francés François Morellet, fallecido en 2016, el estadounidense Cy Twombly, que murió en 2011, y el propio Crespín.
«Es un gran honor, me siento muy afortunado. Nunca imaginé que pudiera ser. Me siento muy orgulloso de representar de alguna manera a mi región y mi país y siento que hay una responsabilidad al hacerlo», dijo el artista en una entrevista con EFE durante la presentación de la obra.
Un sistema formado por 128 tubos cilíndricos alineados paralelamente y suspendidos en el aire por hilos transparentes, que en reposo dan forma a un rectángulo de casi diez metros de largo.
En movimiento, 256 motores permiten que la obra, que es además la primera cinética instalada en el Louvre, dé forma a una coreografía de apariencia celestial.
«Sales de una galería de objetos arqueológicos del Antiguo Egipto y caes en este salón, en una escalera neoclásica de la época de Napoleón I. En su seno he instalado esta obra que forma una especie de gran alfombra voladora con una suave y silenciosa danza que cautiva y da un reposo durante la visita», explicó Crespín.
Las barras metálicas se mueven al ritmo de secuencias establecidas mediante algoritmos pero, con la mecánica escondida a ojos del espectador, el baile aleatorio de las figuras parece realmente suspendido en mitad de la sala, como desafiando las leyes de la gravedad.
«Suelo utilizar el ejemplo de lo agradable de una mirada y toda la complejidad de que se logre esa mirada desde el punto de vista psicológico y fisiológico. Con esa misma metáfora yo ofrezco esa armonía pero detrás hay una gran complejidad, un trabajo de años», dijo.
Desde el desarrollo del software hasta los conocimientos de arquitectura, la conexión electrónica, los motores, el imperceptible nailon que sostiene los elementos, la electricidad de los sistemas de control, la interfaz de control y de creación: los elementos técnicos que esconden sus obras son innumerables.
Para Crespín, la tecnología siempre ha estado al servicio del arte, desde que el hombre «comenzó a pintar en las Cuevas de Altamira». La suya es en parte el reflejo de su tiempo y de sus circunstancias.
El caraqueño, nieto de artistas e hijo de matemáticos, se describe como un artista joven que empezó a crear en 2004 después de visitar una exposición que el museo de Bellas Artes de Caracas dedicó a su abuela, Gertrud Goldshmidt, conocida como Gego.
En sus obras geométricas, donde la línea es la protagonista, encuentran su eco las instalaciones de Crespín.
«Durante la exposición me encontré con un cubo de nailon de Jesús Soto. Me quedé fascinado y se me conectó toda la experiencia de graficacion de funciones en 3D con ese cubo», contó.
Después de trabajar durante cinco años en Caracas con su incipiente proyecto y conseguir exponer en Nueva York, se mudó a París en 2008 acompañando a su mujer, investigadora, que fue contratada por el Instituto Pasteur. Crespín pensó que era una buena ciudad para concentrarse en el arte y probar suerte. Y acertó. EFE