En un bosque donde cada animal creía tener la solución para todos los males —aunque no pudieran encontrar sus propias colas— vivían cuatro criaturas muy distintas, pero curiosamente parecidas.
El Zorro Rojo hablaba durante horas desde una roca elevada. No gobernaba, evangelizaba. Tenía un programa semanal donde explicaba, con gráficos y monólogos eternos, por qué la culpa era siempre del pasado, de los imperios o del castor golpista. Aseguraba que con él, cada ardilla tendría su nuez. Aunque, claro, ya no había nueces.
El León Dorado, en cambio, no hablaba: rugía. Afirmaba que los verdaderos enemigos del bosque eran los topos que venían de otras tierras. “¡Hay que construir un muro de espinas!”, decía, “¡y que lo paguen ellos!”. No sabía cómo funcionaban los túneles, pero eso no importaba. El rugido bastaba.
El Oso Blanco prefería el orden. Decretó que solo habría un canal de comunicación en el bosque: el suyo. Los búhos dejaron de hablar. Los erizos dejaron de pinchar. Todos sonreían… o fingían hacerlo. “La armonía”, decía, “se alcanza cuando todos piensan lo mismo. O desaparecen.”
Y luego estaba el Camaleón Multicolor, que cambiaba de color según la encuesta del día. Un día verde, al siguiente morado, y si hacía falta, tricolor con glitter. Aprobaba trenes sin vías, subsidios sin fondos y leyes sin lógica. Era el héroe del momento… hasta el próximo momento.
Los cuatro aseguraban luchar contra “el otro extremo”. Pero todos gritaban igual. Todos despreciaban las dudas, los matices y, sobre todo, a cualquier animal que intentara pensar. Todos eran “la voz de los animales”, aunque misteriosamente, solo se escuchaban a sí mismos.
Y así, entre arengas y promesas, el bosque se fue quedando sin abejas, sin árboles, sin búhos. Pero eso sí: nunca sin discursos.
Los animales discutían:
—¿Cuál de ellos es de izquierda? ¿Cuál de derecha?
Y una vieja tortuga, que ya había sobrevivido a dictadores con boina, emperadores con eslóganes y camaleones con Twitter, murmuró:
—No se confundan. No son opuestos. Son hermanos. Hijos del mismo padre: el populismo.
Y su único rey… es el aplauso. Y su droga…el ego….