Un «siglo-instante» es el tiempo que ha pasado esta noche entre el momento en el que Gustavo Dudamel ha dirigido la última nota de la cuarta de Mahler y el que ha bajado la batuta, el lapso que el público ha tenido que contenerse para romper a aplaudirle a él y a una soberbia Mahler Chamber Orchestra (MCO).
El músico ha tenido que salir a saludar en cuatro ocasiones con buena parte del Auditorio Nacional puesto en pie, rendido a su maestría y a la de la Mahler, tan dinámica en su ejecución como en su actitud de entrega absoluta.
Este experto en encandilar al Auditorio se dio allí en 2012 un baño de media hora de aplausos, tras interpretar un programa a base de Beethoven y Strauss «fuerte, fuerte», en sus propias palabras, y tres bises en los que hizo guiños a la Roja, que acababa de ganar el Mundial, y a España.
Pero antes, en enero de 2011, a tres días de cumplir los 30 años, el venezolano (Barquisimeto, 1981) «hipnotizó» al Auditorio, atónito ante su soberbia novena de Mahler al frente de Los Angeles Philarmonic.
Esta noche ha vuelto a hacerlo y, enfundado en un traje de chaqueta oscuro con corbata negra y camisa clara, se ha subido al podio para llegar a todos sus músicos sin aspavientos pero con firmeza y delicadeza y ha cautivado a la audiencia con su cadencia, energía, alegría -siempre sonriendo- y memoria prodigiosa, esa que le permite dirigir sin partitura.
The Dude (colega), como le llaman, jugando con su nombre y su juventud, en Los Ángeles -dirige desde septiembre de 2009 a Los Angeles Philharmonic y acaba de renovar hasta 2021-22- ha elegido para su debut con la MCO en España un programa en el que no podía faltar Mahler, aunque en el Palau de Barcelona, donde actuaron martes y miércoles, quiso para el primer día la quinta de Schubert y la cuarta de Brahms.
En el concierto extraordinario de esta noche programado por la Fundación Scherzo en el Auditorio, ha sido la tercera de Schubert y la cuarta de Mahler (1860-1911), una de las más cortas del bohemio-austríaco, alrededor de una hora, pero todo un desafío por su misteriosas tonalidades, que fluyen sin sujetarse a los cánones románticos, preludio, sin duda, de lo que traería el siglo XX.
La cuarta sinfonía de Mahler esta compuesta a partir de su cuarto movimiento, «Das himmlische Leben» (La vida celestial) que ya tenía -forma parte del ciclo «Des Knaben Wunderhorn»-, es decir que la escribió «hacia atrás».
La obra comienza con los cascabeles de la infancia y termina con ellos y es precisamente ese cuarto movimiento en el que su gusto, exquisito, por las canciones, le permite establecer un puente entre sus sinfonías y sus series de «lied», se pone en evidencia.
La soprano sudafricana Golda Schultz la ha interpretado, situada entre la orquesta, con delicadeza y energía y ha subrayado un final tan majestuoso como «la vida celestial» de la que habla.
El más joven de los directores que se ha puesto al frente de la Filarmónica de Viena en el Concierto de Año Nuevo, ha dedicado la primera parte a la tercera de Schubert, risueña, briosa y con un dinamismo que ha hecho que los 25 minutos que dura parecieran uno, con una Mahler que reivindica su esencia de «ensemble» libre e internacional con una complicidad inédita.
Esta noche Dudamel, director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela aunque desde hace año y medio debido a la situación en su país no han hecho ninguna gira, ha vuelto a vivir uno de esos momentos por los que la música la apasiona, «el siglo-instante», ese en el que «uno comprende que la música es como la eternidad» y que es posible detener el tiempo.
EFE