Las claves para acercarse a esa enigmática estación del Purgatorio intermedia entre el Cielo y el Infierno.
Advertencia: esta nota, su aceptación, su rechazo o la duda, es una cuestión de fe.
La única regla del juego…
Escena de la vida cotidiana. Un niño que ha hecho una travesura es puesto en penitencia. Le molesta, porque le han interrumpido sus juegos. Pero sabe que esa penitencia durará un rato, y pronto será liberado del castigo.
Ha vivido una situación transitoria. Sólo eso…
Y además, una situación estrictamente terrenal. Aquí. Con los pies en su casa, su país, su planeta.
Pero existen situaciones similares de otra dimensión. Tetralógicas…
Tierra. Cielo. Infierno. Y entre ellas, la cuarta. La estación intermedia: el Purgatorio.
¿Qué es? ¿Un lugar físico? ¿Una nube?
Definido como «un estado del alma transitorio de purificación y expiación donde, después de la muerte, las personas que han muerto en estado de gracia sufren la pena temporal que aún se debe a los pecados perdonados y, tal vez expían sus pecados veniales no perdonados para poder acceder a la visión beatífica de Dios».
Según las iglesias católica y ortodoxa copta, fundada por el apóstol Marcos en Alejandría, Egipto, siglo I, si alguna vez se creyó al Purgatorio como espacio físico…, ya no.
Se trata de una construcción intelectual. Un concepto. Lo mismo que el Cielo y el Infierno, sin música celestial ni llamas y demonios con tridentes…
Aunque tardara siglos, esa revisión eclesiástica es coherente. Porque si se trata de almas, incorpóreas por definición y comprobación… ¿por qué habrían de asentarse, gozar, penar o sufrir en sitios materiales, por otra parte indefinibles: ¿inmensos, pequeños, lejanos o cercanos de la Tierra, el Cielo o el Infierno?
Aclaración fundamental: puesto que todo aquel que entra al Purgatorio llegará (tarde o temprano) al Cielo, no debe ser tomado como una forma menor, módica, del Infierno…
La única descripción de esa estación intermedia que permanece es la de Dante Alighieri en su Divina Comedia, escrita en 1307. En ese monumento literario inmortal… el Purgatorio es una gran montaña dividida en siete rellanos donde las ánimas purgan un pecado distinto para alcanzar la cima: el Paraíso Terrenal.
Las únicas iglesias que sostienen la existencia del Purgatorio como realidad –aunque también incorpórea– son la católica y la copta. Ésta, fundada en Alejandría, Egipto, por el apóstol Marcos en el siglo I.
¿Qué dice la doctrina oficial de la Iglesia Católica?: «Las penas que se sufren en el Purgatorio son similares a las del Infierno, pero no son eternas y purifican porque la persona no está empecinada en una opción por el mal. Es la purificación de los elegidos: la última etapa de la santificación«.
Pero, aunque partiendo de un mismo Dios –más allá de sus diversos nombres–, no hay acuerdo sobre la disyuntiva Purgatorio sí o no.
La mayoría de las iglesias protestantes no creen en ese estadio intermedio. De plano…
Martín Lutero, su fundador, dijo: «Creo inútil orar por los muertos«. Una respuesta a las corrientes que aseguran que la oración acelera el paso del Purgatorio al Cielo.
La Iglesia Ortodoxa moderna no acepta la existencia del Purgatorio… pero por tradición ofrece rezos a favor de los difuntos para alcanzar la misericordia de Dios.
El Islam toca el tema de modo parecido. Cree en el Barzaj, lugar y/o período y/o trámites por los que el alma espera el Juicio Final. Según Mahoma, esa espera encierra «las peores horas de la vida de un hombre».
Curiosidad: en la Biblia jamás aparece, literalmente, la palabra «Purgatorio», pero alude a ese concepto en muchos pasajes. San Pablo, por ejemplo, al hablar del Día del Juicio Final, usa la palabra «fuego» como sucedánea de Purgatorio.
El judaísmo coincide con Lutero. Pero una sentencia de cuatro palabras invita a portarse bien: «Dios todo lo ve».
¿Cuánto tiempo hay que pasar en ese punto intermedio antes de alcanzar Cielo y Salvación?
Nadie lo sabe… Pero según el papa Pío XII (1876–1958), si alguien tiene el Escapulario, símbolo de la protección de la Madre de Dios, acortará el plazo. Pasarán, como mucho, siete días…
Caso único: Santa Faustina Kowalska (1905–1938) relató que «recibí la gracia de ver el Purgatorio, el Cielo y el Infierno. Una noche, mi Ángel de la Guarda me pidió que lo siguiera, y encontré un lugar lleno de fuego y almas sufrientes. Les pregunté qué era lo que más las hacía sufrir, y me contestaron `sentirnos abandonadas por Dios´».
¿Quién inventó el Purgatorio? Se le atribuye al papa católico Gregorio Magno, que ocupó el Trono de Pedro el Pescador desde el 590 al 604 de nuestra era…, pero no sin decir que «es una doctrina discutible».
Múltiples refutadores del concepto de Purgatorio –incluso hombres de fe– juzgan las condiciones muy duras y contradictorias las condiciones de ese término medio entre Cielo e Infierno.
Algunos de sus argumentos coinciden, por vía de la razón, con el ateísmo. Ponen sobre el tapete de la discusión varios elementos: vida más allá de la muerte (sí o no), Juicio Final (sí o no), Cielo, Purgatorio, Infierno, santidad, salvación…
Si no hay Más Allá, nada tiene sentido. «Polvo eres, polvo serás, y en polvo te convertirás». El triunfo de la muerte (cuerpo y alma incluidos), y final absoluto.
Si lo hay, y si el muerto ha sido bueno hasta casi rozar la santidad… ¿por qué someterlo al Purgatorio para lavar y/o expiar alguna falta menor? ¿La simple confesión en vida no bastaría como pasaje directo al Cielo?
Desde luego, la condición sine qua non del dogma es la rigidez. Pero desde la noche de la Inquisición, sus juicios amañados, sus torturas y sus hogueras, la Iglesia Católica –¡mil millones de fieles!– ha revisado, a veces profundamente, rituales y hasta párrafos de sus oraciones fundamentales.
Por caso, «Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores», hoy es «y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Frente a ese y otros aggiornamientos, las penas del Purgatorio merecerían, al menos, si no un salto automático al Cielo…, una piadosa rebaja en el pasaje.
(Post scriptum. Ante posibles o seguras suspicacias, el autor de esta nota sólo ha intentado tocar –sin conocimientos teológicos– lo que para muchos, creyentes o no, es un enigma: el Purgatorio. Esa cuña entre el Bien y el Mal. Entre el Cielo y el Infierno. Nada más, nada menos…), reseñado por Alfredo Serra/Infobae